sábado, marzo 30, 2013

LOS SOLDADORES CALLEJEROS DE PENCO

Un tiesto de enlozado con saltaduras.
      Entonces más que hoy se empleaban tiestos para usar el agua: lavatorios, jarros, ollas, cacerolas, sartenes, bacinicas (o cantoras) y también escupideras. Estos recipientes eran mayormente de enlozados. Los baldes, utensilios claves en estos menesteres, estaban hechos de lata galvanizada. Sin embargo, los productos enlozados gozaban de gran aceptación por su higiene. Se lavaban con agua caliente y quedaban absolutamente limpios. Pero, tenían un inconveniente: se saltaban o se picaban. El golpe por descuido generaba en el tiesto una fea salpicadura que dejaba al descubierto la estructura de hierro, que se veía color gris brillante al comienzo pero muy pronto se oxidaba y el paso siguiente era su perforación total. Así el recipiente quedaba inservible. En consecuencia el problema con los enlozados era el extremo cuidado que había que tener con ellos.
         Afortunadamente para la necesidad de las saltaduras había un remedio: los soldadores. Estos personajes del folclor local prestaban sus servicios por las calles de Penco. Iban puerta por puerta ofreciendo componer estos utensilios. Así salían a la vereda los lavatorios, las bacinicas y todo lo enlozado que estuviera roto, picado o amenazado de romperse. Los soldadores recomponían estas cosas sentados en la acera. 
Un cautín clásico (foto Internet).
     Las herramientas para realizar este oficio eran un caldero, un cautín de cobre, una tijera para cortar latas, una lima y una botella con ácido muriático, además de la materia prima: trozos de soldadura y pedazos de lata. 
    Recuerdo que una mujer le pidió a un soldador que le reparara un lavatorio el que presentaba un par de pequeños agujeros en el fondo. Pero, el maestro le aconsejó no tapar los hoyos, sino retirar todo el fondo y reemplazarlo por un pedazo de lata. Al final del trabajo, la dueña de casa recibió un lavatorio nuevo en que sólo los bordes correspondían al original, la base era completamente de otro material.
      Terminado un trabajo por poco dinero, los soldadores seguían camino calle abajo, tratando de obtener otro “pololito”. Algunos gritaban algo así como “Algo para para soldarle, algo para soldarle”, y otros le agregaban un canto. Era un trabajo sucio porque tenían que raspar, lijar y soldar. Para calentar el cautín a la temperatura de fundir la soldadura requerían de un combustible más potente que la simple leña. Llevaban también algunas piedras de carbón mineral. Así, la punta del cautín alcanzaba la temperatura para fundir la soldadura con la que taponaban los piquetes de los tiestos en cuestión. 
     Un amigo me añade el dato que el ácido muriático lo usaban para retirar el óxido porque de lo contrario la soldadura no adhería en la zona donde había que tapar. Lo curioso era que para aplicar este químico, los soldadores se valían o de una pluma de ave de corral. El uso de la pluma permitía esparcir mejor el líquido. Mi amigo me dice también que no utilizaban un pincel, porque el ácido corroía la base de metal y esto no ocurría con las plumas. La soldadura que empleaban era una aleación de estaño. Entre sus implementos se incluía además un trozo de sal de amonio, bloque sobre el cual refregaban el filo del cautín para limpiarlo. 
      El oficio de soldador callejero fue excluido por la modernidad. Hoy los antiguos tiestos para acopiar o darle uso el agua ya no existen y, en consecuencia, tampoco se necesitan los maestros soldadores que caminaban acompañados con sus calderos encendidos ofreciendo sus servicios, personajes tan familiares en las calles de Penco de entonces.

jueves, marzo 28, 2013

EL INGENIOSO TELEFÉRICO DE LIRQUÉN

    Con gran inteligencia comercial, la fábrica de Vidrios Planos de Lirquén, empleó durante un tiempo un teleférico de carros metálicos para transportar carbón desde la boca de la mina o desde alguna cancha de acopio hasta sus calderas. La distancia entre ambos puntos pudo ser de unos cuatrocientos metros que se cubrían con una línea elevada sinfín, sostenida por torres de acero, la que arrastraba pequeños contenedores con forma de cubo cargados con carbón. Estos cubos metálicos colgaban del cable y oscilaban en su desplazamiento hasta las calderas de Vipla. Una vez que dejaban su carga giraban y retornaban al punto de partida. La técnica empleada era de los modernos teleféricos o, si se quiere, como los andariveles de una cancha de esquí. La gente disfrutaba de contemplar el espectáculo del cable en movimiento con su oscura y brillante carga.
       Esta técnica de transporte limpia, seguramente accionada por fuerza eléctrica, prestó servicios hasta mediados de la década de 1950. Era un espectáculo, decíamos, ver avanzar los carros jalados por el cable de acero hacia su destino: las hogueras que alimentaban las calderas que la fábrica. El sistema fue un acierto futurista de decisiones y realizaciones. Sin duda, un ejecutivo percibió que estando el carbón tan cerca era factible llevarlo a la industria en forma sistemática, sin contaminar ni crear congestión. Del mismo modo, fue un logro de la ingeniería local que diseñó esta forma de transporte que no causaba ningún problema: carbón directo del productor al consumidor, sin intermediarios.
Así de parecido era el teleférico de Lirquén.
(Foto tomada de National Geographic).
         En las fotografías de época se muestran primero en lugar donde se cargaban los cubos con carbón: en la boca-mina y el curso que seguía el trazado del teleférico que pasaba junto al arco norte de la cancha de Minerales, cruzaba la línea ferroviaria por el aire e ingresaba a Vipla por arriba de los techos, foto 2. En esta última imagen que data de 1952 es posible ver el cable de arrastre que pasaba sobre el techo de la industria.

martes, marzo 26, 2013

CERROVERDINO ADICTO A LAS FLORES PERDIÓ SU NARIZ


Un inofensivo insecto que mora en algunas rosas.

      El “zaratán” era un microbio muy dañino y peligroso que vivía entre los pétalos de las flores (convengamos en que el sustantivo se escribe con z). Así nos contaban los mayores, por lo que los niños debíamos evitar meter nuestras narices dentro de una rosa, por ejemplo, para prevenir el abordaje a nuestro cuerpo de ese agente maligno. Según decían, los “zaratanes” atacaban por dentro las paredes de la nariz y las destruían, dejando a las personas que habían tenido la mala suerte de contaminarse, sin esa parte del rostro. Otro dato: una vez que el bicho saltaba de la flor a ese sitio de la cara, era imposible sacarlo. 

    Quienes narraban estas historias de terror, supuestamente verdaderas, tenían un ejemplo a la mano para demostrar la acción de los “zaratanes”: en Cerro Verde vivía un caballero víctima de estos bichos diminutos. En efecto, la persona en cuestión carecía de nariz, por lo que sus fosas nasales eran frontales a quien lo mirara. Pobre señor, sin nariz, nadie querría mirarlo a los ojos, sin tener enfrente de sí esos dos agujeros cónicos. Para mucha gente, él había sido una víctima de los “zaratanes”. Uno se preguntaba: ¿habría él andado oliendo cada flor de su jardín, hecho que le significó tan cara consecuencia? ¿Por qué él mismo no nos contó su martirio para que nosotros no cometiéramos la misma imprudencia? Pudo haberlo hecho ya que circulaba con mucha frecuencia por las calles de Penco. 

      Tan hondo calaban esos mitos, que uno se cuidaba mucho de no oler flores por un miedo vivo de contagiarse el “zaratán”. Primero, había que mirar muy bien entre los pétalos de una violeta, una rosa, un copihue o una reina-luisa antes de intentar disfrutar su aroma. A los pocos años de haber oído esas historias, ya nadie más habló de ese supuesto agente, guardián celoso de las flores, que amenazaba con destruir la nariz a quien osara arrebatarle la delicia de esos olores. 

      El amplio diccionario de Internet “Wordreference” desconoce la palabra "zaratán". En el Sopena Ilustrado aparece una voz cercana y ella es “zarate”: nombre que se le da a la sarna en algunos países americanos. ¿Entonces cuál era el fundamento para “zaratán”? Una opción pudo ser la enseñanza. O sea, prevenir a los niños del peligro de oler directamente una flor porque en ella podía haber abejas escondidas, haciendo su trabajo de polinización o que hubiera agresivas hormigas bebiendo néctar sin querer ser molestadas. La historia del vecino de Cerro Verde servía para ejemplificar, pero lo más probable fue que él haya perdido la punta de su nariz en otras circunstancias, tal vez en un accidente. Sin embargo, en el imaginario de los niños quedó la impresión que él sufrió la pérdida de esa parte del rostro por su incontrolado placer de ir oliendo alegremente una flor y otra flor y otra flor…

domingo, marzo 24, 2013

MUDANZAS NOCTURNAS EN PENCO


Cuando Penco tenía menos de diez mil habitantes, toda la gente se conocía, si no en profundidad, al menos de vista o de referencia. Se sabía más o menos dónde vivía cada persona y sus relaciones familiares o sociales. También sus inclinaciones políticas.

Cuando las familias tomaban la decisión de cambiar de domicilio adoptaban una modalidad que hoy día parecería incomprensible: hacían la mudanza durante la noche.

Nosotros nos cambiamos de noche desde nuestra dirección en calle O’Higgins con Robles a Alcázar con Freire. Y pregunté por qué no lo hacíamos de día. Obtuve por respuesta que la mudanza se hacía después de la caída del sol para reducir el número de testigos. La gente quería que su cambio de casa no fuera tema de comentario y comidillo. O sea, mejor era que todos se informaran cuando el cambio ya estaba cumplido. Y a partir de entonces lo comprobé después con muchas otras familias en plan de mudanza.

Otra razón probable, que entonces no escuché, pudo ser que la gente no quería exhibir sus enseres. De noche se cargaba el vehículo de mudanzas y de inmediato éste seguía rumbo a la nueva dirección donde los muebles se descargaban en la penumbra. Por esos años, el alumbrado público era escaso y en los vecindarios tampoco había muchas ampolletas como hoy. De manera que la oscuridad también permitía ocultar pobrezas que lesionaban la dignidad de las personas.

Dependiendo de la hora del cambio, los vecinos se daban cuenta a la mañana siguiente que habían recién llegados en la casa de al lado.

LA SEMANA SANTA DE ENTONCES EN PENCO


¿Cómo se celebraba la Semana Santa en Penco? Tal vez como en ninguna parte. Recuerdo que se manifestaba en la gente un entrañable respeto por la tradición cristiana y católica. Eran días para estar serios  --pero no graves— y meditar. En esos años en que no había televisión, sólo existía la radio y las programaciones radiales iban al compás de este respeto: pura música sacra o religiosa. Solamente las tandas comerciales rompían este clima de respeto y recogimiento. Las emisoras dejaban de difundir las cuecas al mediodía, los radioteatros de la hora del almuerzo, los pedidos de discos de media tarde que hacían sus auditores por medio de cartas, o los espacios vespertinos de corridos mexicanos. Así transcurrían estos días llenos de reflexión y miradas introspectivas.

La Semana Santa se iniciaba el Domingo de Ramos con un viaje al cerro para recoger ramas de laurel y olivo directo de las matas. De ahí a la misa y a esperar que el cura bendijera los ramos con agua bendita. Había que ubicarse bien adelante para recibir al menos una gota. Después, de regreso a la casa para el almuerzo y a colocar el ramo bendito en la muralla sobre la cabecera de la cama.

El lunes proseguía este clima de no hablar en voz alta y la gente se cuidaba mucho en su leguaje cotidiano para no decir garabatos. Cuando afloraba uno por ahí sin querer, el responsable agregaba inmediatamente a modo de disculpa: “¡oído sordo Semana Santa!” Sin embargo, no obstante esta realidad, nuestra vecina, la señora Elena nos comentó a un grupo de niños cómo se celebraba la Semana Santa en sus tiempos, según decía. Esto era muchos años antes, por cierto. Entonces, agregaba ella y nosotros nos mirábamos de reojo, el silencio era absoluto y la gente de Penco guardaba riguroso respeto por estas fechas. En cambio ahora, nos dijo en franco tono de crítica, cada vez menos personas se persignan en las calles o hablan en voz baja.

 Sin duda, no obstante este relato, ella lamentaba que la gente no expresara el respeto que bien correspondía y no se comportara como en sus años mozos. ¿Qué opinión tendría ella de lo que ocurre hoy?, me pregunto.

jueves, marzo 14, 2013

HIJO DE PENCONES SE LUCIÓ CON SU PRIMERA PELÍCULA EN ESTRENO EN EL CENTRO CULTURAL DE LA MONEDA

J.Méndez, su hijo Juan Pablo y Memo Cartes en el estreno.
Un evento cultural de gran relevancia protagonizó en el Centro Cultural de La Moneda, Juan Pablo Méndez, hijo de los conocidos vecinos pencones Julio Méndez Briones y Esmérita Opazo. El joven Méndez de 31 años, de profesión audivisualista, dirigió el cortometraje "Oso" realizado por un equipo de muchachos profesionales de las comunicaciones y que contó con financiamiento estatal.
A la derecha el afiche de la película. Y en la siguiente dirección pueden ver el trailer de esta genial producción:  


El estreno del cortometraje congregó a decenas de personas entre amigos, familiares y gente del mundo audiovisual interesados en conocer la propuesta presentada por el equipo encabezado por Juan Pablo Méndez. La realización de este material le tomó a equipo dos años de intenso trabajo creativo. Y el público asistente premió con un  cerrado aplauso esta creación.

Oso es una narración puramente audiovisual apoyada con animaciones de un personaje que es un plantígrado, que representa al mundo natural. Este oso motivado solamente por su deseo básico de comer un salmón se involucra en la vida rutinaria de la gran ciudad. En la gran urbe que es el Santiago actual sufre indecibles tribulaciones y humillaciones: se tiene que ganar la vida como un ciudadano común y corriente. La experiencia de un hombre que vivió colmado de bienestar manejando dinero y que sufrió un revés al perderlo, le da la pista de la libertad y el sentido de la vida: la vuelta a su estado natural. 

Oso combina de forma magistral la vida silvestre con la vida urbana, planteando una propuesta que todavía es posible reconstruir. Usa un lenguaje típicamente audiovisual sin texto escrito y apoyado por sonidos y un tema central interpretado de modo estupendo por la cantante Araceli. Un siete para el equipo creativo y su director, hijo de pencones, Juan Pablo Méndez. 


Numeroso público en el T. del C. Cultural de La Moneda

EL VINO CLARO Y BRILLANTE DE LAS MURTILLAS



            Ir al campo a recoger murtilla en Penco era una fiesta, una costumbre popular en el siglo XX y que consistía en que familias enteras y en forma muy numerosa salían a los cerros de madrugada y con harto cocaví cada Viernes Santo.
            Pareciera que ese sabroso fruto silvestre alcanza su punto de madurez para los días de Pascua de Resurrección. Sin concertarse los improvisados cosechadores de murtillas aún sin rayar el sol salían de sus casas y comenzaban entretenidas procesiones cerro arriba para recoger esas pequeñas bayas globosas, dulces y finas y traerlas en bolsas y canastos a casa al final del día.
Abate Molina.
       Niños en realidad los más entusiastas, mujeres y hombres mayores subían hacia Villarrica y las emprendían rumbo a Primer Agua, lugar donde amplias explanadas muy expuestas al sol de verano exhibían grandes manchones de estos arbustos cargados de las jugosas murtillas. El fruto es esférico y pequeño no mayor de 1,5 centímetros. Es dulce por esencia con notas ácidas parecidas al membrillo, pero con un aroma distintivo, único y delicioso.
            El Abate Molina en el siglo XVIII escribió que los mapuches hacían vino de murtilla. El mosto tardaba en fermentar, pero al final decantaba en un líquido claro y brillante de sabor suave y muy agradable. Tal fue el juicio del abate al término de sus investigaciones sobre el valor de la murtilla. Los mapuches llamaban a este fruto “ugni” o “uñi”, por lo que su nombre científico es hoy “ugni molinae”.
               La planta de este fruto es un arbusto de no más de un metro y medio de altura. Se desarrolla muy bien en suelo seco y expuesto al sol. Florece en noviembre, sus flores tienen forma acampanada. Algunos conocedores dicen que existen frutos de tres variedades: blanco, rosado y rojo, muy ricos y apreciados estos últimos.


Un pie de murtillas y arándanos preparado por Lorena Palma.

               Con la murtilla en Penco las familias preparan delicadas y finas mermeladas, también hacen tortas y postres. Para este último propósito, cuecen rodajas de membrillos y murtillas en almíbar. El resultado es sorprendente. Y algunas personas también usan la fruta para preparar tragos echando un puñado de murtillas en una botella con agua ardiente. La fruta se pasa con los días y se va al fondo. Reponedor trago como bajativo en días de invierno.
            Las cosechas de murtilla silvestre en los cerros de Penco, terminaban, como decíamos, al final de la jornada de Viernes Santo. Por cierto que no faltaban algunos adultos que luego de recoger la fruta pasaban a una “picada” en Los Barones, donde brindaban con generosidad vino tinto pipeño con harina. Un cabezón harinado los devolvía contentos y alegres a sus casas luego de un agotador día de trabajo al sol sumergidos entre los arbustos proveedores de este magnífico fruto del fin de cada verano.