viernes, febrero 24, 2017

LAS MEMORIAS PERDIDAS DE TRES CANTINAS DE PENCO

Similar a esta recreación era la entrada de esa desaparecida cantina de Penco.
          Se cerró el Bar Inglés de Valparaíso y el hecho desató nostálgicos comentarios en la prensa nacional. Se cierra un bar en Penco y nadie chista. Pero, vamos a hacer un poco de justicia. El Capri, por ejemplo, de calle Freire terminó y el cierre sepultó más de cincuenta años de historia de la bohemia pencona. El bar estaba a pasos de la esquina de Maipú. Durante un tiempo tuvo una puerta de vaivén que le daba un toque ondero. Cuando uno ingresaba, la barra quedaba a la izquierda y las mesas a la derecha. El lugar era poco iluminado. Allí adentro estaban los parroquianos: trabajadores de Penco, estudiantes participando de animadas conversaciones, jugando a la brisca, golpeando las mesas con los dados y un cacho o concentrados en una partida de dominó.  Humo de cigarrillo inundando todos los espacios y aserrín en el piso durante los inviernos acentuaban la atmósfera cargada de silencios, de risas o de fuertes expresiones de júbilo. En las mesas no faltaban las botellas de cerveza o de vino, unas llenas otras semi vacías. Pocos le hacían a los tragos sofisticados y los estudiantes universitarios quedaban felizcotes con una caña de “jote”, una mezcla de bebida gaseosa y vino. Las conversaciones rondaban en torno al trabajo y al deporte. El fútbol estaba en segundo lugar, porque se hablaba más de boxeo. Rara vez había mujeres en el Capri, porque en esos tiempos fue una guarida machista. Durante un considerable período el bar fue propiedad de los hermanos Jara, Francisco y Omar. Este último,  dirigente locero y aficionado cantante de tangos, lo administró por mayor tiempo.
Una escena típica del Capri. En la pose para la foto, a la derecha Raúl Oliveros.
          Otro bar, pero de bajo perfil, fue picada de refineros y gente del ferrocarril. Tenía el curioso nombre de Newton, en la calle Chacabuco a unos cincuenta pasos de la esquina con Freire hacia la estación. Era chiquito. Parece que habilitaron una casa para convertirla en cantina. Como diríamos hoy “súper piolita” era el Newton. Algunos de sus clientes tenían la mala práctica de salir tambaleándose. Parece que los tragos allí los preparaban bien cabezones. Pocos loceros se acercaban a ese bar, era un espacio para refineros. El Newton ya no existe.
        Pero, el más pintoresco de todos fue uno que funcionó en la esquina de Yerbas Buenas con Freire antes que se construyera la población Perú. Su puerta daba justo a la esquina y era de vaivén, de estilo far west. La cantina se llamaba el Pobre diablo. Lo frecuentaban los loceros y los mineros de esos años. Las dos hojas far west se ponían muy activas a partir de las seis de la tarde. Lo malo era que algunos de sus visitantes abandonaban el recinto luego de consumir demasiado por lo que no alcanzaban a llegar a sus casas directamente. Tenían que dormir un sueñito en plena calle. Ese espectáculo poco edificante no fue extraño ni raro en Penco a mediados del siglo pasado. No puedo dar testimonio de lo que ocurría puertas adentro del Pobre diablo porque no ingresaban los niños. Sólo recuerdo que se veía un espacio oscuro más allá de las puertas de vaivén. Igualmente la cantina exhalaba ese olor mezcla de humo de cigarros y vino pipeño. Tampoco trascendieron comentarios de lo que se hablaba allí. En una oportunidad oí que dos parroquianos salieron mancornados dándose combos, riña que terminó en plena calle Freire gracias a que tuvieron que intervenir de terceros. Y después me dijeron que eso era una cosa habitual. La cantina cerró cuando la manzana Freire, Yerbas Buenas, Cochrane y Alcázar fue despejada para preparar el terreno de la nueva población Perú. Dicho grupo habitacional fue entregado en enero de 1956.

miércoles, febrero 22, 2017

LAS HAWAIANAS LLEGARON A PENCO PARA QUEDARSE (EN 1962)

Foto de Internet.
         Antes de 1962 muchos pencones lucían zapatos rotos y en verano, especialmente los niños, optaban por ir a pie desnudo. No había qué ponerse a precio módico para esquivar el calor. Hasta que a mediados del verano de ese año irrumpieron masivamente las hawaianas, creadas y producidas en Brasil a inspiración, dicen, de las sandalias “zori” que usaban las geishas. Porque sus creadores tuvieron que viajar a Japón para estudiar cómo harían la pata de gallo (esa tira que pasa entre el dedo gordo y el resto). Resuelto eso, agrega la historia, regresaron a Sao Paulo y se lanzaron a producir. Hoy en día, añade la información paulista quince pares se fabrican a cada segundo. Pues bien, en Penco la primera tienda que las ofreció a sus clientes fue el almacén Gardella, en la esquina de Yerbas Buenas y Freire, que para entonces administraban los hermanos Urtubia. Una vidriera del recinto destinada a las novedades se inundó de esas chalas de alegres colores confeccionadas en caucho resistente, flexible y poroso. Gardella dio en el clavo, las hawaianas se vendían como pan caliente y en Penco, todos querían un par. No eran prohibitivas tampoco. Primero compraron las mujeres y las niñas, después los niños y finalmente los hombres. Ya no había justificación para andar a pie pelado, salvo por placer, las hawaianas habían llegado para democratizar el vestir; todos las usaban desde los ricos a los más dejados de la mano de Dios.
La hawaiana (Havaiana) con la bandera brasileña.
          El fenómeno no fue una moda –esos usos que vienen y se van--, no, se quedaron para siempre. Vamos transitando para los sesenta años del reinado de esta sandalia veraniega que usa todo el mundo. Rui Porto, ejecutivo de la empresa que las produce dijo al sitio web www.infobae.com: “El origen de este tipo de sandalias data de antes del principio de los tiempos, casi en la misma época en que se inventó la rueda. Tal vez por eso es que no hay patente para ellas".
Foto de Internet.

     Añade la publicación: “Las hawaianas, fabricadas por Alpargatas S.A., vienen en cualquier combinación de 23 colores diferentes, algunas adornadas con llamativos estampados en las suelas o con añadidos de hule en las correas. En la tienda de la marca en la Rua Oscar Freire, que es la versión de la 5ta Avenida neoyorquina en San Pablo, los aficionados a las sandalias pueden obtener unas hechas a la medida con especificaciones de color o con sus iniciales”.
      Si bien las hawaianas nacieron para resolver el problema de la pobreza y su consecuencia en los pies desnudos, hoy en día están tan popularizadas que cruzan todo el abanico de clases sociales. La marca Stern de joyas, por ejemplo, vende algunos modelos a los que les agregó brillantes y oro. Este hecho demuestra con creces el uso universal de estas chalas que en Penco de aquellos primeros años también fueron furor. 
Venta de hawaianas en el centro de Santiago.

lunes, febrero 20, 2017

EL FUNDO COIPUE EX CRAV EN FREIRE ADQUIERE INTERÉS TURÍSTICO

El fundo Coipue en Freire, ex propiedad de la ex Refinería de Penco. Imagen captada seguramente en el invierno de 1936 y que aparece en la revista de CRAV de 1937. 
          La Refinería de Penco compró el fundo Coipue (en el lugar lo pronuncian coipúe a pesar que la información oficial pone tilde al final coipué) en la comuna de Freire, región de la Araucanía, a fines de la década de 1920 para abastecerse de madera y con ella fabricar cajones para empacar el azúcar que salía a los mercados. Con este propósito se explotaba mayormente roble, laurel, olivillo y coigüe. Dos aserraderos en el fundo producían 260.000 pulgadas anuales, según datos de la revista de CRAV de 1937. Coipue tenía 3.000 hectáreas y se ubica en el camino entre Freire y Villarica junto al río Toltén. Muchos ex refineros visitaron y conocieron Coipue en aquellos años cuando era una hacienda con molino, galpones, pesebreras, aserraderos, instalaciones de administración y casas de trabajadores. Ellos seguramente transmitieron a sus hijos y nietos entretenidos relatos e historias de las bellezas naturales del fundo que hoy es una pujante localidad de Freire.  
El diario El Correo del Sur de Pitrufquén publicó por estos días una interesante crónica de Coipue en la actualidad, cuyo texto fue preparado por el periodista Juan Carlos Stone, de ese medio que dirige el periodista pencón Max Wenger.
El siguiente es el texto completo de la nota:

Coipue antigua hacienda de
Freire que se abre al turismo
Casa de Coipue en la actualidad, nótese que la línea de su arquitectura es la misma de hace ochenta años, si se compara con la imagen que está más arriba.
          El caudaloso río Toltén, bordea la localidad de Coipue en la comuna de Freire. Este villorrio de aproximadamente 250 habitantes, es una localidad mágica, revestida de una belleza paisajística única, además de una historia que se remonta a principios del siglo XX.
          Hacia el 1930, la  empresa Compañía Refinería de Azúcar de Viña del Mar (CRAV),  compró más de 3 mil hectáreas de terreno con el objeto de adquirir la materia prima para la confección de cajones de azúcar, espacio en el cual también se construyeron decenas de viviendas idénticas para la habitación de sus trabajadores.
         Posteriormente el fundo fue adquirido por la familia Edwards, transformándose en un lugar  que generó importante desarrollo económico, además de una dinámica social que permitió aumentar su poblamiento y que se traduce en el asentamiento urbano y la creación de una pulpería o almacén de abastos, iglesia, retén, una casa de botes, negocios y hasta una oficina de correos.
El río Toltén que bordea a Coipue.
       Tras la Reforma Agraria el fundo vivió un proceso de expropiación en el que el Estado adquirió los terrenos para posteriormente entregárselos a los trabajadores, permitiendo el desarrollo de la agricultura familiar campesina.
           Otro de los grandes atractivos es el río Toltén. Los habitantes más antiguos recuerdan el apogeo maderero y el traslado de grandes troncos a través de balsas de madera, “eran faenas de días”, recuerda Rodrigo Ulloa, destacado vecino de la localidad, recordando la historia local.
      “Coipue siempre ha tenido esa magia. Las familias se dedicaban esencialmente a las labores silvoagropecuarias;  Coipue tenía hasta correo, de a poco se fue poblando esta localidad primero por trabajo, luego a través de casas de veraneo, pienso que el gran potencial de Coipue en la actualidad es turístico, este lugar es bellísimo, sin embargo mucha gente no lo conoce”, precisó este conocido vecino del villorrio.
          El borde el río de Toltén y el volcán de fondo, se transforman en una postal inolvidable para sus visitantes, quienes pueden disfrutar de este paraje oculto a la altura del kilómetro 21 del camino Freire-Villarrica.
       Por estos días, Coipue celebra su aniversario, si bien no hay claridad respecto del número de años que cumple, los mayores de la localidad aseveran que está por sobre los 100 años.
Un pilar de reja de acceso que recuerda los años
de la Refinería de Penco en Coipue.
Actualmente, el alcalde de la comuna de Freire, Dr. José Bravo Burgos, se encuentra desarrollando varios proyectos en conjunto con la comunidad para potenciar esta localidad. En carpeta hay iniciativas de pavimentación, viviendas  y desarrollo turístico, con el objeto de seguir potenciando el atractivo de la localidad situada en la mitad de una de las rutas  de mayor tráfico de la Araucanía.
De este modo Coipue se abre como un destino turístico ideal para actividades al aire libre, pesca, treking y deporte aventura, además de un espacio cultural lleno de historia y vida a través de sus habitantes.  

UNA NOTA DE RECONOCIMIENTO A LAS ATENCIONES EN EL HOSPITAL DE LIRQUÉN

Nota de la editorial: Don Juan Espinoza Pereira nos ha hecho llegar la siguiente carta referida a los servicios recibidos en el Hospital de Lirquén que reproducimos en su integridad. Muchas gracias.
Hospital de Lirquén, foto tomada de Internet www.soychile.cl
Penco para recordar y felicitar

Por Juan Espinoza Pereira

Quienes hemos abandonado el terruño donde se ha nacido y criado una parte de la vida, buscamos el momento propicio para volver a la matria, aquella que nos cobijó y nos permitió darle sentido a  nuestro existir. Claro  que cada viaje  requiere una reinvención, pues no podemos dejar de reconocer que cada cual ha encontrado nuevas matrias que nos han permitido un desarrollo personal y profesional. En mi caso personal, la vuelta a Penco me significa ir al encuentro de imágenes que mucha de las veces están en mi memoria pues los paisajes pencones cambian en cada viaje, muy en particular en los últimos años: ciudad limpia, con jardines, iluminada, organizada y con nuevos edificios pos terremoto-tsunami. Los paisajes de mi infancia ya no existen o han sido transformados por la nueva mirada de los pencones (eso está muy bien por cierto); es por ello que en cada viaje recorro la ciudad a pie por muchos recovecos y calles para fotografiar lo que va quedando. Por ejemplo, hay un arreglo en calle Blanco/Toltén y procuré tomar una foto de las soleras de piedra  traídas desde La Cata y talladas a mano (sólo van queda  no más de 20 soleras de aquellas en esa calle) en la década de los ´50. Esto sólo para dar un ejemplo; Sin lugar a dudas que Penco está más vivo, más hermoso.

Pero este escrito tiene otro propósito, cual es: poner en la palestra el funcionamiento del Hospital de Lirquén, no siempre bien ponderado por la comunidad. Permítanme felicitar a todo el personal que trabaja en la Unidad de Urgencia del Hospital. El día jueves 08 de febrero a las 20:30 horas  debí recurrir a la Unidad de Urgencia debido a una enfermedad de mi madre. Tamaña fue mi sorpresa al encontrar un Hospital en etapa de finalización de su construcción, pero en particular la asepsia en su interior, el orden reinante y la prontitud en la atención a pesar del número considerable de personas, muy en especial a la tercera edad. La modernización de la implementación no tiene que envidiar a una clínica particular, pero lo que más me impresionó fue la calidez humana del equipo que debe hacer su turno en la noche;  desde la señora auxiliar, los paramédicos, enfermeras y médico así como la señorita que estaba en recaudación. Reitero la esmerada atención no era sólo para mi familia sino para todo los paciente.
Quizás lo que más impactó fue la actitud de una enfermera que se ocupó de una señora que venía sola y con un problema médico delicado, lloraba de manera desconsolada, pero esa enfermera invirtió una parte importante de tiempo para contenerla, consolarla hasta que logró provocarle una sonrisa. Esto que acabo de describir no se produce en todas partes y no me lo cuenta nadie. En virtud de lo anterior es que a través de este sitio web manifiesto mi admiración y felicito a todo el personal que hizo turno de noche ese día jueves 08 de febrero (la felicitación y agradecimiento lo hice en el cuaderno del Hospital). Lamentablemente no tengo el nombre de las personas que atendieron a mi madre, porque también me llamó la atención cómo es el uso de la informática en el Hospital de Lirquén donde cada paso que dan los funcionarios queda registrado en una hoja que tiene el paciente.

De vuelta en mi matria atacameña, recuerdo este hermoso episodio y que muchas veces los funcionarios públicos no son valorados por sus gestos cotidianos y que hacen que Penco tenga una nueva vida.

Copiapó, verano de 2017.                                                                   

sábado, febrero 18, 2017

PENCO A TRAVÉS DEL ESPEJO RETROVISOR

Penco en 1933 según imagen de calendario del municipio. Nótese directo al fondo el denso bosque de pinos en el cerro Bellavista. A la derecha de la foto entre la línea y el mar no hay casas. Allí había entonces una vega natural con abundante pasto, cicuta e hinojo. Tampoco se observa la cancha de Gente´Mar.
          Muchos creerán ver en este texto una nota nostálgica. Pues no. Tampoco es un relato en blanco y negro. No. Es a todo color. Deseo hacer notar el salto gigantesco que observo entre lo que ocurría en aquellos años, lo que veo ahora y aquello que probablemente se dé en el futuro en nuestro querido Penco. Es cosa de mirar detenidamente las fotos de los calendarios que distribuye el municipio para formarse una idea. Con ellas fijas en la mente se puede trazar el mapa del ayer y el hoy y proyectar cómo sería el porvenir.
       Por ejemplo, ir a Primer Agua era una odisea, había que armarse de coraje para caminar a lo menos unas tres horas cerro arriba para llegar. No existía otro medio salvo conseguirse caballos ¿con quién? Enganchar una de las carretas que iban de regreso a los fundos carecía de sentido porque el tiempo del viaje a la vuelta de la rueda se multiplicaba por tres. Por eso Primer Agua estaba tan lejos. Y son apenas diez kilómetros. Lo que ocurría en los extramuros, en nuestra última frontera se sabía en Penco tres días después.  Por eso quienes iban regresaban contando historias, como si de una aventura épica se tratara. 
         A pesar que el camino mantiene el mismo aspecto, los nuevos medios: vehículos 4x4, permiten ir volver en sólo minutos. Si admitimos que en algún momento del futuro la ruta recibirá una capa de asfalto, ir será todavía más fácil. Pues bien, esta facilidad permite tener a Primer Agua cada vez más cerca de Penco. Y con los años lo será aún más. Ya no constituirá una aventura ir allí. La magia y el encanto de entonces se convertirán en una rutina del día a día.
       ¿Y qué pasaba en Penco? La leche, el aceite y el vino se vendían sueltos, a granel. La leche se recibía directo en la olla de parte de los dispensadores que vendían el producto por las calles en carretelas tiradas por caballos. Los tambores de aluminio clásicos iban cargados de leche recién ordeñada ya fuera en las vegas de Coihueco o en los campos de Cosmito y Playa Negra. Tan pronto la recibían, las mamás se iban directo a sus cocinas a cocer el producto y prevenir así que se cortara o para alejar la posibilidad de contraer alguna infección añadida en los procesos de la ordeña. El olor de leche hervida se advertía en las casas a eso de las 11 de la mañana. Después apareció la leche en polvo y años más tarde, el producto envasado en cajas de tetrapak. En este caso, el futuro podría ser al revés, es decir que la gente vuelva al consumo de leche fresca y cocida cansada de tanto invento transgénico. Quizá lo único distinto podría ser que no se compre en la calle, sino en un viaje rápido directo al punto de la ordeña… 
         Había que llevar una botella común y corriente para comprar aceite en el almacén. El tambor estaba por lo general junto al mesón mostrador. Si uno pedía un litro, el vendedor operaba la manivela de una bomba y el aceite dorado y transparente caía por gravedad dentro del envase. Después llegó el producto embotellado hecho que hizo la compra más limpia. Sólo una rebaja sustancial de precio por la adquisición a granel y evitar el costo del envase podría significar un retorno al uso de los tambores y las bombas.                ¿El vino? Se vendía suelto. También se necesitaba de una botella neutra para ir por un litro de vino a las bodegas penconas, que las había por montones, unas legales, otras clandestinas. El expendedor no usaba bombas, sino jarros graduados con las medidas: un litro, medio litro, un cuarto de litro. El producto salía de pipas de madera recostadas sobre un par de palos paralelos. El flujo del vino se controlaba con llaves de madera. Hasta que se instaló la primera botillería en calle Freire, pasado calle Penco junto a la Farmacia Méndez. El depósito de vino envasado era de propiedad de Marcelo Careaga. A partir de ese momento el fin de las bodegas de venta a granel estaba en el horizonte.  No me es posible imaginar una forma distinta de expender vino sólo que la gente opte por acudir personalmente a las viñas a comprar sus botellas. Igualmente, según lo expuesto, había un “algo más” que aportaba cada uno en la compra de vino, aceite o leche que lo hacía diferente a la comodidad e impersonalidad de comprar hoy.
          Por último, demos un vistazo al crecimiento de la ciudad. Los bosques llegaban hasta los patios de las casas del Recinto de la Refinería, por el sur; había pinos a todo lo largo del cerro Bellavista. Calle Freire terminaba entre los árboles al final de la subida desde San Vicente. Recuerdo que unos amigos de mis mayores vivían a la entrada del mencionado bosque en rucos de cantoneras. Por el lado norte de Penco, las plantaciones de pino rodeaban el cementerio. Este ambiente de campo pleno de árboles llegaba hasta el borde de calle Toltén. La calle Maipú más allá de Cruz se convertía en un entorno rural. A esa altura entre la mencionada calle y Membrillar eran vegas y lomas. La falda de Membrillar estaba poblada de pinos muy añosos, cuyo oscuro follaje era nido de bulliciosos guairavos; la vega era generosa en producir camarones a comienzos de cada mes de agosto. Los pinos fueron cortados, los terrenos urbanizados y después del terremoto de 1960 se desplegó allí la población FECH y se creó un colegio. La falda del cerro está llena de casas y se abrió la prolongación de calle Penco. El crecimiento, por ahora no tiene marcha atrás, por el contrario, sigue el aumento poblacional aunque no tengo cifras en la mano para hacer esta afirmación. Mi recomendación es tomen fotos, graben videos, pónganles fechas y guárdenlos así en el futuro podrán apreciar cómo era Penco en la primera parte del siglo XXI, que yo tengo en la mente las imágenes del término del siglo XX.

viernes, febrero 17, 2017

EL TSUNAMI DEL 2010 DESPARRAMÓ CARBÓN DE PIEDRA EN PLAYA NEGRA

Las algas sobre el arco revelan el nivel que alcanzó el mar a causa del tsunami del 2010.
          Pasado el susto del terremoto y maremoto del 27 de febrero de 2010 o simplemente superado el impacto emocional del llamado 27f, don Iván Parada, un experimentado ex minero de Curanilahue, Pilpilco y actual vecino de Penco, sector cementerio, quiso ir a ver los efectos del tsunami en Playa Negra porque tenía una corazonada. La Cosaf acopiaba en sus canchas próximas a la desembocadura del Andalién y al mar una gran cantidad de carbón importado de Colombia y cuyo destino –se decía—eran las termoeléctricas que operan en la zona de Arauco sin descontar la posibilidad de servir también para alimentar una unidad generadora de energía que se planeaba instalar en Penco y que después se desechó por el rechazo de la comunidad. Para la gente era impensable una termoeléctrica contaminando en Playa Negra.
     Así que don Iván creía que la fuerza caótica de las olas producidas por el maremoto habría hecho lo suyo en aquellas expuestas canchas de acopio. Por eso, fue a echar un vistazo. Y sus sospechas estaban en lo correcto. Luego que el mar entrara y se recogiera sucesivamente en las partes bajas de Penco, arrastró objetos, casas de madera y un sinfín de cosas al tiempo que trajo a las calles de la ciudad los sargazos que se crecen en las aguas de la rada de Gente’Mar. Entre los objetos que el mar revolvió estaba una parte importante del carbón colombiano en las canchas de Cosaf. Así que la playa estaba sembrada de carbón de piedra, una situación parecida a la que ocurría en Cerro Verde en los tiempos del cerro la tosca, cuando el mar se encargaba de repartir a lo largo de la playa las sobras de carbón que se extraían de la ex mina de Lirquén y que eran arrojadas al despeñadero por el carro conocido como catango.
       El ex minero inspeccionó la playa cerca del muelle y comprobó el desparramo de carbón entreverado con enseres sacados de las casas y convertidos en basura. Mucha gente de Penco se dio a la tarea de recoger el carbón. Era cosa de armarse de paciencia y en un par de jornadas la recolección se transformaba en una buena cantidad. Pencones con sentido práctico se llevaron para su casa el combustible sólido que estaba botado a merced de las mareas. Ese carbón de piedra satisfizo las necesidades domésticas al menos de dos inviernos. 
   Gracias a su experiencia de minero don Iván reconoció las bondades del carbón colombiano: calidad superior, al quemarse no arrojaba azufre, producía ceniza blanca, con cero por ciento de residuo de alquitrán además de poseer un excelente rendimiento calórico. El carbón recolectado a la orilla del mar había llegado allí por el tsunami, pero se trataba de material en tránsito a través del muelle de Cosaf en virtud de su capacidad de desembarques de graneles.

martes, febrero 07, 2017

LA NEBLINA DE PENCO QUE AYUDÓ A DETENER EL FUEGO

Ejemplo de vaguada costera o neblina captada en Constitución. Foto tomada de internet. Propiedad de http://fotosdeconti.blogspot.cl/2007/10/vaguada-costera.html
     Un caluroso día de verano puede transformarse en invierno en menos de tres horas. Cuántos bañistas en la playa han vivido la experiencia de tener que arroparse por la súbita llegada del frío. Es que todo cambia: el cielo se cubre de nubes, desciende la temperatura en forma dramática y, a veces, comienza a lloviznar. Esta modificación de escena resulta inesperada. A tales fenómenos naturales hoy los llaman "vaguadas costeras". En mis tiempos se hablaba de una neblina. Lo que parece una curiosidad de la atmósfera se presenta aleatoriamente durante todo el año, sin embargo, es en el verano cuando se nota más. Una vaguada puede estropear un lindo panorama de día de playa.
     Para entender cuándo se puede presentar el fenómeno, basta con preguntarle a los que saben. Los pescadores de Cerro Verde, por ejemplo, son secos para apuntarle a los cambios del tiempo. Dicen que cuando la silueta de la isla Quiriquina se corta en la base, es decir que da la sensación que se separa del mar, como que flotara, van a cambiar las condiciones. Amigos de Playa Negra comentaban hace años que si la brisa sur se vuelve travesía el tiempo se echará a perder. Gente del muelle de Lirquén, acostumbrada a trabajar a la orilla, sabe que la bonanza terminará si hace calor y el mar se ve quieto como un espejo. Mañana  amanecerá nublado. Dicho y hecho. Los meteorólogos definen a una vaguada como una cuña de baja presión que se genera a nivel de la superficie en la costa entre dos zonas de altas y que avanza como una lengua hacia el continente. Se manifiesta como nubes bajas, llovizna o niebla. Las vaguadas se desvanecen con la misma rapidez con la que aparecen. Que quede claro que no es un temporal o un frente de mal tiempo.
Neblina en el sector de Punta de Parra.
     Me pregunto si estas vaguadas fueron la respuesta de la Naturaleza para bajar la temperatura en verano y controlar así potenciales incendios forestales en tiempos muy remotos cuando aún no había seres humanos sobre la faz de la tierra… Porque fue justamente una vaguada o una neblina la que ayudó sustancialmente a sofocar el fuego que consumía los bosques de los alrededores de Penco a fines de enero de 2017. Ese súbito cambio atmosférico más el noble trabajo de bomberos y brigadistas y el apoyo aéreo de naves sofisticadas conjuraron la acción del fuego destructor. La neblina fue una gran aliada contra los incendios, una manito que nos dieron desde el alto Cielo.

jueves, febrero 02, 2017

NO ESTAMOS ENTRENADOS PARA TOMAR NUESTRAS PERTENENCIAS MÁS IMPORTANTES Y HUIR, EN EL CASO DE INCENDIOS

Penco durante el rebrote de focos en Primer Agua. Foto de Jaime Robles.
         El Copucho, la mayor elevación que hay en Penco en el cordón de cerros paralelos al mar, por momentos parecía un volcán, según narra Manuel Suárez, integrante de la directiva de la Sociedad de Historia, para hacer referencia a los peores momentos del feroz incendio forestal que atacó por varios flancos a la ciudad el 26 de enero de 2017. Los vientos arremolinados convertían a los focos de llamas en torbellinos de fuego que avanzaban y cambiaban caprichosamente de dirección en función del comportamiento de esas corrientes de aire.
         Durante los momentos más críticos, los vecinos con casas próximas a los bosques amenazados, recibieron la instrucción de bomberos de abandonar el lugar inmediatamente. Les dijeron: saquen sus cosas de valor sentimental y huyan… Uno de esos vecinos, de la población Los Aromos, ubicada metros más arriba de la “Desiderio Guzmán” le contó a Manuel Suárez su experiencia cuando se vio enfrentado a tomar una decisión rápida.
         “No hallé qué hacer, qué cosas tomar. Todo lo de mi casa es importante. Pero, tuve que salir a la carrera con algunas fotos y otros pequeños recuerdos. Pero, atrás se quedaban mi mesa, mis sillas que eran de mi abuela y tantos otros objetos de valor emocional. Fue algo terrible. Y para adónde me llevaba esas cosas. Las tenía en una bolsa y otras en mis manos sin saber qué dirección tomar. Uno no sabe qué es lo más importante”.
Foto cerca de Lirquén, de Vane Velásquez tomada de FB. 

Mientras el calor del fuego y el horrible crepitar de los árboles abrasados se sentían más cerca, los vecinos salían de sus casas. Fue una experiencia semejante a una pesadilla real. Afortunadamente los bomberos de las cuatro compañía de Penco, el apoyo del personal municipal más la participación de voluntarios de otras comunas y brigadistas lograron contener el paso arrollador de las llamas y controlar por fin esos malditos vórtices de fuego.