domingo, marzo 25, 2018

LAS FRUCTÍFERAS 3 DÉCADAS DE DON JUAN ARROYO MENKE EN PENCO

Juan Arroyo Menke durante su viaje becado a Japón.

                Ha fallecido en Santiago, ciudad en la que residía, don Juan Arroyo Menke (1931-2018), ingeniero químico que se desempeñó por muchos años en Fanaloza, empresa en la que ocupó numerosos cargos a lo largo de tres décadas; una de ellas, jefe de laboratorio. Junto con lo anterior, el señor Arroyo fue una persona muy conocida en Penco, no sólo por sus responsabilidades profesionales sino por actividades de bien social,  fue uno de los socios fundadores del Rotary Club local junto con el doctor Emilio Suárez. En sus horas libres, que eran escasas, asumió tareas académicas. En el Liceo Vespertino de Penco se desempeñó como profesor ad honorem de matemáticas e inglés.
          Mientras estuvo con su familia en Penco residió en la casa de Maipú 235 frente a la plaza, entre las casas de las familias Moena y González. En su calidad de jefe de laboratorio de Fanaloza hizo grandes esfuerzos junto a su colega químico Fernando Pulgar, para rebajar el plomo en los barnices que para entonces se usaban en la cerámica, por la alta toxicidad que representaba ese elemento para la salud de los trabajadores.
         Gracias a los estudios que realizó en Japón introdujo en la línea de productos de Fanaloza la cerámica bone china, de finísima calidad y orgullo de la industria de Penco.
         Cuando regresó a Santiago con su familia se estableció en su casa de avenida Recoleta. Fue en ese lugar donde recibió al redactor de esta nota para hablar sobre la industria locera pencona en el marco de la preparación del documental “La Loza Blanca de Penco”, actualmente en exhibición en el Museo local. Hay numerosos aspectos de su vida y contribución a nuestra ciudad que iremos agregando en los próximos días a esta crónica.
         Su hijo, Juan Arroyo Díaz, a solicitud nuestra, ha elaborado una semblanza de su padre que agregamos a continuación. En la  nota enviada a este redactor, nos dijo: 


El señor J. Arroyo M. en su escritorio, mencionado en esta
presentación por su hijo J. Arroyo D.  A la derecha, M. Suárez.

«Estimado Nelson: Desde la calle Recoleta, desde  el mismo escritorio que conociste, cuando nos visitaste junto a Manuel Suárez,  incluso desde el pc y desde el propio mail de mi padre, he utilizado para enviarte, una  sencilla minuta, que te permita generar la nota que deseas publicar en el blog. 

Aprovecho la ocasión, para felicitarte por haber desarrollado y  mantenido tanto tiempo este blog de Penco; que especialmente para mis paisanos que vivimos lejos, cuando leemos cada uno de sus artículos, rompemos las barreras del espacio y del tiempo».






ASPECTOS DE LA VIDA DE DON JUAN ARROYO MENKE (1931-2018)


Por Juan Arroyo Díaz

           El 20 de marzo recién pasado, en la ciudad de  Santiago, falleció  a la edad de 86 años, Juan Arroyo Menke (Q.E.P.D).
        Él nació en 21 de junio de 1931, en Santiago. Fueron sus padres Juan Arroyo Gutiérrez y  su madre,  Marta Menke Taiss. Fue hijo póstumo, ya que su padre falleció antes que él naciera. Por lo anterior, su madre, tuvo que luchar fuertemente para poder lograr mantener su hogar y gracias al muy buen desempeño escolar Juan Arroyo logró estudiar becado en el emblemático Liceo Barros Arana. Posteriormente, también gracias a sus notas excelentes, logró ingresar a la Universidad Técnico Federico Santa María, donde estudió Ingeniería Química.
Juan Arroyo y Elena Díaz, 
el día de su matrimonio.

        De inmediato, aun estando en Valparaíso, recibió una oferta de trabajo de Fanaloza y él sin pensarlo, apuró su matrimonio, con su prometida, Elena Diaz Bustos, hoy su viuda, con la cual estuvo casado por más de 60 años. El matrimonio tuvo cuatro hijos. Se estaba iniciando la década de los años 50 y en ese entonces, los medios de locomoción no eran lo que son hoy día, por lo cual,  ya en su viaje a Penco, él percibió que su decisión había sido audaz; ya que los Ingenieros de la Santa María, eran muy cotizados y se podría haber empleado perfectamente en una firma de Santiago.
         Al llegar con su esposa a Penco, fue cálidamente acogido por los vecinos. Fruto de esta cercanía y en conjunto con varios de ellos –incluido el doctor Emilio Suárez–  dieron forma al Rotary Club de Penco.  También, fue destacable, que viendo la situación de falta de recursos de los establecimientos educacionales en ese entonces en Penco, tomó la decisión de incorporarse como profesor de inglés y de matemáticas en el naciente liceo local, trabajo que desempeñó por varios años en forma honorífica.
         En lo profesional, la labor de Juan Arroyo Menke, en su calidad de Ingeniero Químico, fue fundar y desarrollar la parte técnica que permitió a Fanaloza, lograr producir productos de un alto estándar de mercado, que le brindaron reconocimiento nacional e internacional el que perdura hasta hoy.  Dado su gran capacidad  intelectual,   unido al hecho de que hablaba varios idiomas (inglés, alemán, francés, portugués, francés, hebreo y japonés)  en el transcurso de su carrera `profesional, le correspondió asistir a muchos seminarios técnicos en diferentes países, en todos los cuales destacó exponiendo el alto nivel de la industria locera. En este contexto es digno destacar que fue  el primer chileno de la especialidad en obtener  una beca del gobierno japonés en forma directa, hecho que lo llevó a vivir en Japón por un año, a principios de la década del 70.
        Su carácter introvertido, reservado,  respetuoso en el trato con los demás le granjeó muy buenas relaciones con los trabajadores de Fanaloza, las que siempre fueron muy respetuosas y cordiales, sin importar si se trataba de un alto ejecutivo o un modesto obrero. Hubo un hecho relevante a este respecto, cuando en el gobierno del Presidente Salvador Allende se intervino Fanaloza; su interventor, otro connotado vecino de Penco, el profesor Rosauro Montero al ser requerido desde Santiago para evaluar y eventualmente sustituir la planta gerencial, respondió: «Don Juan Arroyo por ningún motivo será destituido».
        Su paso profesional por Fanaloza fue extenso, de hecho fue el único trabajo que tuvo por más de tres décadas. Era muy común verlo caminar absolutamente absorto en sus pensamientos, como buen intelectual,  desde su casa en calle Maipú, frente a la plaza, continuando por calle Freire hasta la industria.  Aficionado a la música clásica y al ajedrez, compartía estos gustos con otro notable vecino pencón,  don Ignacio Fonseca.
Al centro de la foto, de izquierda a derecha, el doctor Emilio Suárez; la señora Elena Díaz de Arroyo; don Juan Arroyo y la señora Inés Braun de Suárez. La reunión corresponde a una cena del Rotary Club de Penco.

        Cuando se declaró la quiebra de Fanaloza, él siguió trabajando en el periodo de continuidad de giro. Así, al asumir los nuevos dueños, encabezados por Feliciano Palma continuó por algún tiempo. Sin embargo, al poco andar de la nueva propiedad, no estuvo de acuerdo a como se empezó a manejar la empresa, especialmente por  el declive en la calidad de sus productos y el deterioro en la relación, cada vez menos profesional, con los trabajadores. Precisamente su salida se precipitó porque la nueva administración, en un episodio lamentable pretendió despedir a un trabajador sin pagarle su justa indemnización por lo que necesitaba acusarlo de actividades de sabotaje contra la empresa. Para tal oscuro propósito, los nuevos ejecutivos le pidieron a Juan Arroyo que declarara en favor de la empresa dando un testimonio falso contra ese trabajador. A lo que el ingeniero se negó rotundamente, que no declararía contra un buen trabajador, que lo que en justicia correspondía, dijo, era la indemnización. Frente a esta franca respuesta, los nuevos dueños lisa y llanamente le dijeron que en ese entendido se tenía que ir. De esta forma y en esta circunstancia tan absurda, Juan Arroyo  dio un paso al costado, terminando su vida laboral en Fanaloza (para entonces Loza Penco).
         Lamentablemente, Juan Arroyo, como a muchos otros trabajadores, que laboraron en Fanaloza, el haber estado expuesto a un medio ambiente laboral de alta contaminación  –hay que tener presente, que en esos años, las exigencias de la  ley de accidentes del trabajo y enfermedades profesionales, eran mínimas– su sistema respiratorio resultó  muy afectado por lo cual el clima de Penco no le hacía bien. Por eso se fue a vivir a Santiago, al barrio Recoleta, justo frente al Cementerio General, a una casa que había heredado de su madre, en la cual incluso había nacido  y ahí pasó sus últimos años, llevando una vida modesta y sobria.

lunes, marzo 19, 2018

CUANDO EN PENCO NO HABÍA LICEO, PROFESORES DIERON INÉDITO EJEMPLO DE CREAR UNO PRIVADO Y SIN RECIBIR REMUNERACIÓN


               Pareciera no haber antecedentes en la historia de la educación chilena, en que un grupo de cuatro profesores de escuela de Penco (la N° 31) se propusieran el sueño de formar un liceo privado sin el propósito de hacer negocio ni lucrar. Lo que los motivaba era el amor de su profesión, hacer un aporte importante a la comunidad y animar, con su ejemplo, a que el estado también tomara cartas en el asunto. Los cuatro maestros que dieron este paso histórico en 1956 fueron Jorge
El director Jorge Bustos, además
profesor de Historia.
Bustos Lagos, Servio Leyton García, Rosauro Montero Henríquez y Eduardo Espinoza. Contaron con el entusiasta apoyo del alcalde de la época don René Mendoza Fierro, quien estaba consciente de esta grave carencia de la comuna. Hacía falta en forma urgente un establecimiento de  enseñanza secundaria (enseñanza media) hecho que obligaba cada vez a más adolescentes seguir estudios en Concepción. Sin embargo, a pesar de su entusiasmo el alcalde admitía que todo el gasto que se necesitaría para comenzar, formar el equipo docente y encaminar este proyecto la harían los mencionados profesores organizadores; ya que para esa empresa el municipio no tenía recursos. El Liceo debutó con su primera promoción de alumnos en marzo de 1956.
EL LICEO EN “EL VEA”
               Un valioso testimonio periodístico de esta inédita experiencia la publicó la revista VEA de circulación nacional en 1958, dando cuenta de la existencia del Liceo Vespertino de Penco (LVP), donde
Servio Leyton, profesor de 
Matemáticas.
el plantel de 24 profesores no percibía un solo peso por hacer clases. Hoy en día sería de locos pretender una idea como el LVP, cuando toda actividad humana productiva está mediada por el dinero. Nadie mueve un dedo si no hay plata. ¿Cómo fue posible, entonces, conseguir echar a andar un liceo con decenas de alumnos y profesores sin apoyo monetario? Fue un desafío duro, pero, a su vez una demostración que valores superiores como la solidaridad, el cariño, el hacerse cargo, la sensibilidad social o la amistad también motivan a proponerse grandes y valiosos emprendimientos. Aquellos maestros sentían un compromiso con sus alumnos de la primaria (la básica), ¿cómo dejarlos botados al salir del sexto o último año si en Penco no había un liceo para que continuaran su formación? VEA calificó la iniciativa "como ejemplo de patriotismo". No todo lo movía el dinero, es cierto
Rosauro Montero, profesor de 
Ciencias Naturales.
, pero la comunidad entendía que los maestros tenían el absoluto derecho a ser remunerados por eso sentían hacia ellos un gran respeto y admiración. El LVP fue, quizá, la mejor respuesta en contrario a quienes sostienen que la educación es un bien de consumo, entendiendo por «bien» una mercancía. Porque ese liceo funcionó en salas prestadas, sin que los apoderados pagaran matrículas ni mensualidades por tener a sus hijos en el LVP (y más de uno en algunos casos), con validación de exámenes en el Liceo Enrique Molina de Concepción, y sin embargo, todo marchaba. La mejor recompensa para aquellos maestros era la alta aprobación que obtenían sus alumnos, resultado también de la política de excelencia académica exigida por su director señor Bustos. Quizá, a modo de anécdota, cada fin de semestre se organizaba un ágape para el equipo docente el que corría por responsabilidad de pescadores de Cerro Verde y Gente de Mar, que tenían hijos en el liceo. Era la única recompensa “material” para los involucrados.
EL LICEO POR DENTRO
               El liceo funcionó primero en un par de salas de madera de la escuela N° 31, de calle Freire junto al mercado municipal. Las
Edo. Espinoza, profesor de Castellano.
actividades comenzaban después que se iban los alumnos básicos diurnos. Con el fin de brindar un mejor servicio tanto a los profesores como al alumnado, las autoridades del LVP consiguieron que la CRAV facilitara su escuela, la N° 69 del recinto, que tenía un muy buen inmueble junto a la casa del Administrador de la Refinería. El edificio escolar de entonces fue reemplazado por la actual escuela República de Italia. Las clases del liceo se iniciaban a las 6 de la tarde y se extendían hasta las 10 y media de la noche. Por tanto, la mayor parte del año, las labores eran en horario nocturno.
               Junto con las tareas propias de la docencia y los programas de enseñanza, los profesores motivaban a los alumnos a realizar
Luz Irene Contreras, prof. de Inglés.
entretenidas actividades extra programáticas como publicar una revista (El Anhelo), presentar obras de teatro, participar en concursos literarios, realizar visitas programadas, competir en campeonatos deportivos, etc. Como el liceo era mixto, los estudiantes tenían una experiencia nueva, puesto que la enseñanza básica era con formación separada. Entonces venían los enamoramientos y los pololeos, típicos de los jóvenes. A pesar de las limitaciones económicas el liceo pedía un uniforme de chaqueta color concho de vino y una insignia. A veces, sólo valía este último elemento como forma de pertenencia.
               La enseñanza era completa con el concurso de profesores muy jóvenes, incluso alumnos de la escuela de Pedagía de la Universidad de Concepción. Algunos no vivían en Penco, por lo que tenían que pagar de sus bolsillos los pasajes para venir después
Gustavo González, profesor de Historia.
de sus clases en la U, a impartir enseñanza al LVP y regresar a Conce casi a la medianoche. Todo era muy sacrificado. Y qué decir de los inviernos, cuando el sacrificio era aún mayor.
LOS EXAMINADORES DESCONOCIDOS
               Para fin de año, los profesores acompañaban a sus alumnos a dar examen al liceo de Concepción. Para eso dedicaban la jornada completa en ese establecimiento a fin de apoyar a sus estudiantes. Los examinadores del liceo penquista, desconocidos para el alumnado de Penco, aprobaban o reprobaban las pruebas escritas y las interrogaciones orales. Nada de eso era fácil. Igualmente en 1958 las aprobaciones fueron de un 100 % en primer año; un 80% en segundo; y un 70% en tercero.
Afredo Barría, prof. de Castellano.
               Agregamos en esta crónica parte de la nómina de profesores que incluyó la revista VEA. Matemáticas: Servio Leyton, Pedro Montero, Mario Villafañe y Jorge Moraga. Inglés: Marta Chávez, Leticia Mella, Katia Salazar y Arnoldo Careaga, después se incorporó Luz Irene Contreras. Ciencias Naturales: Rosauro Montero, Eugenia Ulloa, Juan Arroyo y Lusgarda Cartes. Castellano: Ricardo Henríquez, Alfredo Barría y Eduardo Espinoza. Historia: Jorge Bustos, Gastón González, Iván Villafañe Carlos Valdebenito y Gustavo González. Francés: Sandra Salazar, Margarita Chávez y Olaya Oviedo.
              En el contexto de la celebración en 2017 de los 50 años del liceo Pencopolitano, valga reconocer en los profesores
Pedro Montero, entonces estudiante de Economía en
la U de C, era profesor de Matemáticas en LVP.
organizadores y en plantel docente del desaparecido Liceo Vespertino de Penco su entrega desinteresada y amorosa. Los alumnos de entonces ─aquellos que no quedamos botados a la salida del sexto gracias a esos maestros─ guardamos sólo agradecimientos en nuestros corazones.
               Incluimos el recorte de prensa de EL VEA facilitado a nuestra redacción por el profesor Servio Leyton, quien lo ha guardado por 60 años. La nota de entonces la preparó y despachó a Santiago el corresponsal y vecino pencón don Luis Barra Concha.

viernes, marzo 16, 2018

LA «GUERRA FRÍA» DE PENCO POR EL GRUPO ESCOLAR EN 1958

          Don Luis Barra fue el corresponsal del diario La Patria, de Concepción, perteneciente a la cadena SOPESUR. Ese medio ya no existe, cerró allá por 1970. El señor Barra escribía muy bien y le gustaba enlazar situaciones locales con lo que ocurría en el mundo. Cuando preparaba sus textos para ser publicados apelaba a esa herramienta, sin duda, para hacer sus crónicas más entretenidas. Por esa virtud, la respetabilidad de su persona y el seguimiento que hacía de los hechos era estimado en el diario, donde sus notas tenían acogida y se las destacaba. Por ese motivo La Patria incluía más informaciones de Penco y Lirquén que el diario El Sur de la época orientado más a Talcahuano, la ciudad y el mundo.
          Traigamos a lo menos un testimonio de lo señalado más arriba. En el último trimestre de 1958, la comunidad de Penco recibiría oficialmente el Grupo Escolar frente a la plaza (hoy la Escuela Isla de Pascua) que estaba en su fase final de construcción. El inmueble de tres plantas, casi listo, había sido edificado por la empresa Danilo Valdovinos. El señor Barra vio que cuando se iniciaron los trabajos comenzó de inmediato un gallito soterrado de quién se quedaría finalmente con el Grupo Escolar.
Los contendientes eran la escuela 32 de niñas y la 31 de niños, que provenían del mismo caserón incendiado en 1955 y cuyos alumnos estaban repartidos en distintos establecimientos de la ciudad. Como en este gallito no había fuego de por medio sino que era sólo mostrarse los dientes, el corresponsal la calificó «la guerra fría de Penco». 
           El conflicto remató en el escritorio del director provincial de educación, don Efraín Campana Silva, quien sería el juez en el asunto, no fácil por lo demás. En tanto, don Luis Barra, seguía informando a través de La Patria los avances y retrocesos de esta disputa. Incluso un grupo de padres y apoderados de la N° 31, encabezados por el comerciante don David Queirolo (dueño de la ferretería «El Ancla»), llegó a la redacción del diario a estampar su preocupación porque a los niños de Penco ─no así las niñas─ se los dejaría afuera del nuevo Grupo Escolar. Dirigentes de la N° 32, en tanto, hacían movidas en la intendencia provincial para obtener la exclusiva y quedarse con el inmueble.
          En un intento por ponerle paños fríos a este conflicto, el señor Barra recordaba en sus crónicas que desde los inicios,  toda la comunidad había desplegado esfuerzos por construir el Grupo Escolar. Se incluían los profesores, los sindicatos de Fanaloza, de la Refinería, las empresas, el comercio. Y la idea central detrás del proyecto era contar con un local digno tanto para los niños como para las niñas de Penco.
Un segmento de una publicación del diario La Patria ( 1958, agosto) sobre el conflicto entre las escuelas.
          El señor Campana realizó una serie de visitas al nuevo edificio y cada vez recibía peticiones de uno y otro bando. Los apoderados de la escuela femenina y su directora la señora Ana María Benavente iban ganando terreno al punto que lograron que en el frontis se colocara la inscripción Escuela de Niñas N° 32. Sin embargo, por esos días asumía interinamente la dirección, la subdirectora señora Matilde Avendaño Larenas, por la salida de la señora Benavente. La N° 31, en tanto, tenía director nuevo, el señor Ricardo Henríquez Pérez, quien provenía de Coronel y había sucedido al profesor Amulio Leyton García.
Matilde Avendaño
Fue así que finalmente se entregó el Grupo Escolar a la N°32.  Fue un gran logro para el equipo femenino anotándose un triunfo en esta contienda. Los alumnos quedaron en su antiguo establecimiento, en las salas que se salvaron del incendio y algunas otras reconstruidas a medias del establecimiento de calle Freire. Sin embargo, el terremoto del 21 de mayo de 1960 modificó la situación y las cosas se ajustaron a como debió ser desde un principio.  Las autoridades educacionales dispusieron que la escuela 31 debía mudarse de inmediato al Grupo Escolar por lo que el establecimiento comenzó a funcionar alternadamente en dos jornadas como lo habían hecho ambas escuelas por 18 años en el inmueble que se incendió (donde hoy se levanta el Gimnasio Municipal).
          Así terminaba al menos por encima la guerra fría, intuida, descubierta y comunicada a través de la prensa por el corresponsal don Luis Barra. Decimos «por encima» porque las diferencias siguieron por debajo, donde el plantel docente de la 32 puso sus condiciones, por ejemplo el uso exclusivo del teléfono que había en su oficina. Los profesores de la 31 no tenían acceso. Pero, esa guerra es parte de otra historia. Hoy en día el Grupo Escolar es uno solo: Escuela Isla de Pascua.    

EL IMPACTO DE LOS RUDOS INVIERNOS EN CAMINOS Y CALLES DE PENCO

Noticia publicada en el diario La Patria de Concepción, de agosto de 1958.

          En aquellos inviernos los barriales eran una maldición. Después de una lluvia fuerte la tierra roja reblandecida se convertía en un material resbaladizo, como el jabón, decían algunos. Si ibas a visitar amigos en Villarrica te empantanabas en la escala, caminar por una vereda sin pavimento por los altos de Membrillar, otro tanto. Los zapatos quedaban impregnados de barro y también el borde bajo interior de los pantalones. Muchas personas caminaban arremangadas, para cuidar su ropa. Había gente que usaba suecos, ese calzado rústico de gruesa planta de madera. Con ellos se podía andar --a duras penas--  por los barriales sin la preocupación en ensuciar la pinta de salida.
        Hubo un momento en que este problema fue un asunto regional. Se quejaba la gente de Tomé, de Florida, de Lota. Los caminos, qué decir, intransitables. En 1958, julio, la prensa informaba de un taco de 30 camiones embancados en el barro en el camino a Bulnes. Y la ruta Concepción-Penco no le iba en menos. El antiguo puente sobre el Andalién, a la salida de Camilo Henríquez en Conce desembocaba justo frente a un cerro del fundo El Manzano, al que se le había hecho un corte. Sin estructura o protecciones, la tierra colorada mojada se desmoronaba de a poco obstruyendo el camino. ¡Cuántos buses del servicio intercomunal que quedaron inmovilizados allí! ¡Y sus pasajeros saliendo a resbalones por el lodasal!
       Reporteros penquistas en el lugar, en agosto de ese año, le consultaron al ingeniero Homero Van Camps, de la Dirección de Vialidad, cómo se resolvería el asunto. Este dijo que por el momento se había echado material sobre el barro con la participación de veinte trabajadores de su personal y que el muro de contención en el cerro no se podría construir sino hasta septiembre, cuando aminoraran las lluvias. Van Camps también dijo que se había habilitado el antiguo trazado del camino, el que pasaba por una población, paralelo al actual, por donde podía circular la locomoción mientras se superaba la emergencia.    

martes, marzo 13, 2018

EXTRAÑEZA EN PENCO PORQUE CONCEPCIÓN QUERÍA SER PUERTO COMERCIAL

               El Biobío a plena capacidad en invierno hizo soñar a algunos en un 
posible puerto en Concepción.
           Toda la gente en Penco hablaba lo que decían las noticias  en 1958 que el gobierno había enviado una comisión de expertos para estudiar la factibilidad de convertir a Concepción en un gran puerto comercial. Lo anterior era parte de una antigua aspiración de canalizar el río Biobío, ganar terrenos y diseñar un terminal portuario.  Algún inteligente –con mucha influencia, por cierto-- empujó ese descabellado tema del puerto fluvial en la agenda pública el que creció como bola de nieve, que la capital de la provincia se parecería a Hamburgo en Alemania o a Valdivia, en el sur de Chile gracias a este inédito proyecto. Sin duda que debieron darse entusiasmados debates tanto en la municipalidad penquista como en la intendencia, al punto que el gobierno central, a través de la Dirección General de Planeamiento tomó cartas en el asunto y mandó a dos ingenieros, los señores Osvaldo Ferreira y Carlos Guzmán a echar un vistazo  y verificar si la idea era factible o definitivamente desmitificarla, previo estudio presencial. En efecto, ambos viajaron en tren desde Santiago el 11 de julio de 1958 para realizar el mentado estudio técnico.

               El diario La Patria (medio hoy desaparecido) publicó en su primera página la actividad de los mencionados ingenieros. Apelando al sentido común, el título adelantaba que tal proyecto era utópico, o sea, imposible. Pero, los expertos ya estaban aquí así que había que seguir sus pasos. 
               Comenzaron mirando la hermosa desembocadura del Biobío, recorrieron la ribera norte hasta el área de la estación de ferrocarriles en la avenida Prat, hicieron sondajes y conversaron entre ellos.  El primer «pero» de la idea fue la barra de arena insalvable en la desembocadura. ¿Qué embarcación comercial podría entrar y salir por allí? En forma peregrina, se decía que ese problema podría enfrentarse con diferentes planos (¿exclusas o algo parecido?), pero que acometerlo sería económicamente una locura. En definitiva, la idea de un puerto comercial penquista se desestimó en la parte técnica, pero la resolución final debía darla Santiago. Sin embargo, los ingenieros sugirieron aplicar una técnica de diques para ganarle terrenos al río y poder así disponer de espacios para proyectos inmobiliarios, propuesta que tomó cuerpo, pero muchos años después.
La barra de la desembocadura fue uno de los obstáculos para que Concepción
no fuera puerto fluvial.
                En todo caso, valga señalar que en conocimiento de todas estas movidas, los choreros estaban muy preocupados porque si el puerto de Concepción era realizable y se tomaba la decisión política de construirlo, adiós desarrollo portuario comercial de Talcahuano.
            Adelantada ya la noticia del mito del puerto penquista, en Penco se seguía hablando del asunto y salían otros rumores, que había unos especialistas que ofrecían canalizar el Biobío a sólo unos cuando metros de ancho, a condición de que el mayor porcentaje de la tierra recuperada pasara a ser de su propiedad, postura que el estado rechazó de plano, según decían. El Biobío pudo ser navegable en tiempos muy pretéritos cuando no se habían talado los bosques nativos, hecho que generó la gran erosión de años que finalmente embancó el  lecho del río.
  

domingo, marzo 11, 2018

UN MINI PARQUE MARINO LOCAL PODRÍA EXISTIR EN PENCO

 Al fondo de la foto, se ve la isla de piedras, más cerca se aprecian las algas oscuras, y al costado izquierdo, fuera de la imagen está el grupo de piedras marinas que remata en la playa.

              E
sa isla de piedras que asoma cuando baja la marea y que desaparece con la mar llena, se complementa con el otro grupo de piedras movedizas que se junta con la playa frente a la calle El Roble. Entre la isla y estas últimas hay un gran manchón de huiros, algas pardas o sargazos, que flota y ondula con las olas con sus enormes hojas color café sobre la superficie mientras permanecen adheridas al fondo arenoso. Se podría decir que es un sistema que nace en la isla  por el norte, sigue con los sargazos y termina en la playa con aquel bien estructurado grupo de piedras marinas a un costado del balneario.
               Conozco muy bien aquella ínsula (como diría don Quijote) que permanece como tal sólo por algunas horas cada día, mientras que durante el resto de la jornada bajo el agua. Cuando la mar está baja, se puede llegar vadeando sin inconvenientes. Es un lugar lleno de vida gracias a esta peculiaridad, hecho que le permite regenerarse luego de sobrevivir a la depredadora visita de los mariscadores y las aves marinas. Se producen allí mariscos tanto moluscos bivalvos como una buena variedad de caracoles. Así también, vida más básica como celenterados, estrellas de mar, erizos. También peces de rocas como algún tipo de bagres. Hay que estar muy alertas, eso sí, si uno visita en baja marea, ello, porque el mar comienza a recuperar su espacio lenta, pero sistemáticamente. Es recomendable regresar rápido a tierra firme porque en el tramo entre las piedras y la playa, unos doscientos metros, el lecho marino es más bajo, así el riesgo es que el agua lo alcance a uno hasta más arriba de la cintura.
               No podemos dejar de mencionar al sector de los sargazos. Hasta allí se puede llegar sólo en bote o chata según sea el caso. El área es tan densa en vegetación acuática que una embarcación como las mencionadas difícilmente puede avanzar. La novedad ahí es nuevamente la gran variedad de vida que se puede observar. Bajo las hojas marrón hay adheridos todo tipo de caracoles y lapas. Es sorprendente el refugio para la vida que representa ese sector fantástico, que es un plus para el mar de Penco.
               Este marco perfecto de mar interior entre la isla, los sargazos y la prolongación de piedras desde adentro hacia la playa podría ser considerado un pequeño parque marino en el que se podrían efectuar inmersiones seguras de buceo y tomar fotografías bajo la superficie. Sin embargo, estos los huiros generan en forma incesante material vegetal que es arrojado a la playa por el oleaje. Este pedacito de mar interior, decíamos, es una fuente inestimable de vida marina estrictamente local.                                             

ENFERMOS RECIBÍAN MEDICAMENTOS GRACIAS A LAS VENTAS POPULARES EN PENCO

     

       
          Se hacían ventas populares, que eran eventos donde se vendía ropa de segunda mano o artículos para el hogar donados por los vecinos a la organización y cuyo propósito era recaudar fondos para algún proyecto por lo general de carácter humanitario. Se conseguía además un segundo resultado que consistía en ofrecer piezas de ropa u otros artículos en buen estado de uso a precios más que convenientes. Donde había ventas populares, allí estaba la gente en gran número mirando, probándose y comprando. Así se conseguía reunir algún dinero para ayudar y contribuir. Si nos fuera posible hacer una comparación,  una venta popular de aquellos años sería hoy una completada o una tallarinata. 

    Dentro de estas entidades de acción social que había en Penco entonces estaba el Centro de Amigas del Hospital que se involucraba en impulsar ventas populares cada cierto tiempo con el fin de juntar dineros para comprar medicamentos y surtir su banco de medicinas que era de gran utilidad. La plata también se ocupaba en financiar exámenes como radiografías, trasladar enfermos y otros. El mencionado y viejo hospital de madera prestaba servicios en calle O’Higgins al llegar a Yerbas Buenas. Pero, sus recursos eran escasos y más aún, faltos al adquisitivo eran quienes solicitaban atención. Según una información publicada en el diario La Patria del 4 de julio de 1958, ese centro realizaría una venta popular el lunes próximo por lo que solicitaba a las personas que pudieran donar ropa lo hicieran a la brevedad para disponer de tiempo para clasificar las prendas que se pondrían a la venta. La recepción de especies y de los objetos de uso en el hogar se efectuaba en los pabellones del edificio municipal por calle Maipú, detrás del municipio, donde funcionaban Impuestos Internos y el Registro Civil. Al parecer las donaciones hechas antes de iniciarse la campaña iban muy bien, pero igual faltaba para hacer buenas ofertas, por lo que las organizadoras hacían un llamado a llevar más.      
               El centro añadía que el dinero que se esperaba recaudar se invertiría en la compra de medicamentos para ayudar a enfermos de la comuna que no podían pagarlos. La crónica periodística informaba también que el Centro de Amigas del Hospital de Penco, presidido por la señora Teresa Garrido de Mercado, visitadora social de la fábrica Fanaloza, había recibido públicos reconocimientos en la sociedad pencona por su desinteresado esfuerzo para ayudar a quienes lo requerían pero que estaban desamparados o en la absoluta indigencia. La nota menciona además a otras colaboradoras del centro como Pastora de Olavarría, Ana de González y la señorita Marta Stowhas.

sábado, marzo 10, 2018

UN DÍA DE JULIO DE 1958 PENCO ENTRÓ EN LA ERA DEL CINEMASCOPE

Tyrone Power y Kim Novak en «Melodía Inmortal», película que marcó el debut del cinemascope en Penco, en julio de 1958.
        
La CRAV dispuso cerrar por diez días su sala de cine que funcionaba en el enorme edificio que había en la esquina de O’Higgins con San Vicente y que se prolongaba a lo largo de unos cien metros por esta última calle en Penco. El cierre temporal y programado del recinto se produjo durante la segunda quincena de julio de 1958 y el propósito fue efectuarle una urgente modernización incorporando la tecnología del cinemascope. Los trabajos consistían en ensanchar la pantalla e instalar nuevas proyectoras para el efecto. El cine era administrado por el Departamento de Bienestar de la Refinería y los cambios y actualizaciones ─para estar acorde con los tiempos─, significaron una inversión de dos millones de pesos (de la época). Junto con los adelantos técnicos para la proyección de material fílmico, se le dio una buena «manito de gato» a toda la sala, que estaba dividida en dos espacios: la galería y la platea.
        El sistema de proyección en cinemascope se había incorporado masivamente en los cines norteamericanos a partir de 1953 y en Santiago ya era una cuestión generalizada. Por tanto, Penco no podía permanecer al margen especialmente por la alta demanda de público por ver cine y porque aumentaba la producción de películas en ese nuevo formato lo que obligaba rápidamente a ponerse al día.
Publicación del desaparecido diario La Patria, de Concepción, en julio de 1958. 
              Mientras se efectuaban los trabajos, los cinéfilos pencones, acostumbrados a la exhibición de una película nueva por día, tuvieron que someterse a la espera que para ellos se prolongó demasiado. Pero, la CRAV quería que todo estuviera en regla para el lanzamiento de su cine renovado. Hasta antes de estos cambios, en la sala se proyectaba material viejo en formato parecido al 4/3 de la televisión antigua. Con el cinemascope las escenas estaban filmadas en fotogramas de 35 milímetros con un buen grado de compresión, lo que exigía usar una óptica adecuada para proyectar y desplegar las imágenes ensanchadas, para lo que se requería de una pantalla apaisada (más ancha que alta) y en algunos casos cóncava.
        Hasta que pasaron los diez día y vino el debut del cinemascope en Penco. Para tan importante ocasión se programó la película «Melodía Inmortal», filme producido en Estados Unidos en 1956 que narraba la vida del popular pianista Eddy Duchin, muerto a la edad de 42 años. Si bien la película fue un éxito de taquilla no consiguió ningún Óscar. Su director fue George Sydney y los protagonistas, Tyrone Power y Kim Novak. La exhibición fue una maravilla visual y sonora para las decenas de personas que acudieron al debut. Desde ese día de finales de julio de 1958, Penco entró en la era del cinemascope.
POST SCRIPTUM. El cinemascope es una tecnología anamórfica, se necesitan dos prismas para permitir que la imagen se comprima horizontalmente y se la utiliza para formatos muy panorámicos. Para mostrar estas imágenes así filmadas se necesita un proyector que haga la tarea inversa: descomprimir y desplegar las proporciones como verdaderamente son.

viernes, marzo 09, 2018

POR 10 AÑOS «LOS PUMAS» ANIMARON EL FÚTBOL AMATEUR DE PENCO

     
          Desalentador era el desempeño de Fanaloza, el equipo de nuestros amores,  en el torneo regional de Fútbol, a mediados de 1958, según lo consignaba entonces el diario La Patria (hoy desaparecido). Los resultados de ese año eran un desastre, tanto así que los dirigentes loceros habían contratado a un goleador de Palestino, Mario López, para incorporarse al equipo en la esperanza de poder remotar.  Fanaloza iba último, con apenas dos puntos conseguidos en dos empates en once partidos. Había perdido nueve. Le habían encajado 22 goles. El cuadro locero formaba con Zurita en la valla; en la defensa extrema estaban Avendaño, Vega y Montoya. Al medio Rebolledo y Vidal y adelante formaban Navarrete, Jara, Sepúlveda, Báez y Olguín.
         En ese ambiente de calamidad para un equipo de harto arrastre,  los jóvenes pencones no bajaban la guardia, se concertaban y se organizaban y formaban equipos de fútbol amateur. En la esquina de El Roble (algunos le dicen Robles) con Freire se juntaban adolescentes y jóvenes quienes un día decidieron formar un club al que llamaron Los Pumas. No eran los únicos; por esos años nacían más equipos con sueños de hacerse grandes como Saca Chispas, Los Tigres, Cerro Porteño, Juventud y otros. Ya existían Fanaloza, Gente de Mar, Coquimbo, Vipla, Minerales y Atlético. Pero, no eran suficientes para las aspiraciones juveniles. La Federación local de fútbol estaba a la expectativa de cómo crecería el torneo pencón con los nuevos equipos que se estaban formando.
EQUIPO LOS PUMAS (1957-1958). Arriba: Óscar Cabezas, Núñez, Julio Piñero, Sanhueza, Pedro Vidal y Nelson Vallejos.  Abajo: Hernández, Martínez, Bravo, Mella y Valderrama. También aparecen en la foto los niños Stalin Muñoz, junto a Vallejos; y de camisa blanca a la derecha, Enrique Hernández, conocido como «el Meñique».
         Pues bien, Los Pumas estaban listos para competir. Sus entusiastas dirigentes decidieron que la camiseta tendría que ser verde, así que ése fue su color distintivo. Los Pumas participaron en varios torneos en el ámbito local y se mantuvieron unidos por alrededor de diez años, hasta que se disolvieron. Hoy en día Los Pumas están en la historia deportiva amateur de Penco. Uno de sus integrantes, Julio Piñero, nos hizo llegar una fotografía del equipo que publicamos, quien además recuerda que el grupo era muy unidos y siempre tuvieron una gran mística y sentido de equipo.