sábado, diciembre 29, 2012

EL DÍA EN QUE EL BICHO DE LA COMPUTACIÓN ENTRÓ EN LA MONEDA

Ese día me encontré con mi amigo Gómez en la puerta de La Moneda. Según me dijo, venía saliendo de una reunión en la Presidencia. Gómez, un ingeniero muy joven, tenía un solo discurso, que era su prédica, un sueño frustrado. Hablaba de su asunto a quien se le ponía por delante. Y ahí aparecí yo.
Ángulo de visión desde la puerta de La Moneda hacia
la Plaza de la Constitución.
“Estuve con el Presidente (Allende) y le dije que nos metiéramos como país en el negocio de los computadores, que la IBM no daba pie en bola haciendo equipos grandes que funcionan mal. Chile puede ser líder mundial en la fabricación de equipos más chicos y no de esos roperos que construyen los gringos. Es el momento preciso para empezar a hacer computadores pequeños”. Eso me dijo Gómez, un muchacho que gozaba de fama de cabezón. En la Juventud Socialista le decían cabeza de huevo.

¿Y qué te dijo el Presidente?, le pregunté. Gómez me respondió mirando para ninguna parte, pero con el rostro lleno de entusiasmo: “Don Chicho me clavó los ojos. Parece que me apresuré demasiado, se lo dije directamente, en frío. Es que tenemos que hacerlo y en el partido no me dan pelota. ¿El Presidente? No me dijo nada. Pero, estoy seguro que se va a interesar. Tenemos que actuar, es el momento y él es un político que capta estas cosas”.

Gómez hablaba de computadores, no de softwares. Pero, sin duda ya pensaba que ése era el próximo paso.

Como yo tenía asuntos profesionales que atender me despedí de Gómez, quien se quedó parado en la puerta de La Moneda, frente a la Plaza de la Constitución, como esperando a cualquiera otra persona que pasara a quien contarle su idea. Sin duda él quería que alguien lo apoyara con el Presidente. Necesitaba hacer lobby. No he visto a mi amigo desde ese día del mes de abril de 1972.

¿Si hubieran escuchado a Gómez, seríamos hoy el mismo país? Probablemente sí, pero con la diferencia de estar entre los líderes en la construcción de computadores y seguramente también en el diseño de softwares.

Tres años después de aquel encuentro en La Moneda, en 1975 Waldo Muñoz, un ingeniero informático de Huachipato me dijo que dejaba CAP para establecer su propia empresa de computadores CRECIC en San Pedro de La Paz. Él no pretendía fabricar equipos, sino que prestaría servicios a empresas con un enorme computador IBM recién adquirido. Y Muñoz, un sujeto de ojos pequeños llenos de fuego, me dijo: “Tenemos que avanzar en este asunto rápidamente. Hay que imitarles a los israelíes que van muy de prisa, pero por detrás de los gringos. Para este negocio informático, nuestro modelo son los israelíes”.

Cuando Muñoz me dijo eso, me acordé de Gómez. Y pensé, perdimos la primera oportunidad, competir con los gringos; ahora nos queda una segunda, alcanzar a los israelíes.

De Muñoz sólo sé que después cambió de giro, porque los servicios de informática que prestaba a las empresas con su equipo grande, no le sirvieron de mucho cuando llegó la avalancha computadores personales, de los que a su modo me mencionaba Gómez en la puerta de La Moneda en 1972. Muñoz, un tipo inteligente, hábilmente transformó su empresa en un instituto para enseñar computación.
Si nuestra política actuara en sintonía con las nuevas ideas planteadas por sujetos con visión, que los hay muchos, y que lo predican en los pasillos del poder, nuestro país sería mucho mejor. Pero...

viernes, diciembre 28, 2012

EL CARBÓN DE PENCO QUE APROVECHARON LOS INGLESES


La boca de la mina de Lirquén estaba a la izquierda de la foto. (Imagen:JRR)
Muchas personas ni se imaginarán hoy que Penco tuvo un interesante pasado carbonífero. No alcanzó la popularidad que consiguieron Lota o Coronel, pero igualmente en la comuna había una intensa labor extractiva de carbón de piedra. La geografía laboral pencona de entonces era distinta a la de hoy: por sus calles caminaban los loceros, los refineros y los mineros. Todos con sus características distintivas a la vista. Los loceros más humildes, los refineros más empingorotados. Los mineros, en cambio, vestidos con sus atuendos para el trabajo subterráneo, iban en cantidades por las calles de la ciudad, sin preocuparse de su aspecto, seguramente concentrados en su labor bajo la superficie. Llevaban casco negro con lámpara frontal, mamelucos, chaqueta gruesa y bototos para el barro de las galerías de laboreo. 
Datos históricos hablan que los ingleses se abastecían de carbón en Penco haciendo excavaciones menores. El combustible estaba a flor de suelo y era muy útil para sus navíos. Esta facilidad para conseguirlo seguramente los tenía deslumbrados. La mina de Lirquén comenzó a operar en 1843. Pero, no sólo fue Lirquén el centro de la actividad carbonífera de la comuna. En Cerro Verde también había un pique para la extracción y otro existía en Cosmito. Los dos primeros adentraban sus galerías subterráneas por debajo de la bahía de Concepción. La boca de la mina de Lirquén apuntaba directamente al mar, en una inclinación de unos 33 grados. El mineral era trasladado a la superficie en carros metálicos enganchados a un cable sinfín. El carbón, en grandes trozos de piedra relucía su tinte negro azabache a la luz de sol.  

Decíamos que Lirquén, Cerro Verde y Cosmito si bien eran productores de este combustible fósil, no alcanzaron el renombre internacional de Lota, por ejemplo, porque Penco no tuvo la suerte de contar con un escritor que lo lanzara al estrellato como fue el caso de Baldomero Lillo autor de Subterra. Otra razón pudo ser el hecho que Coronel y Lota integrantes de la llama cuenca carbonífera, perduraron más en el tiempo. 

Lo que nos interesa rescatar aquí es que la comuna de Penco también fue carbonífera y que contó con centenares de mineros con sus familias. Era frecuentes verlos caminar de Penco a Lirquén por la línea férrea llevando sus bolsas blancas con el “manche” (la comida). Un minero lucía siempre su casco negro. Lo que no se veía era que todos se fajaban la cintura con un largo trozo de tela de algodón hecho de bolsas de harina. Esas tareas tan rudas bajo tierra y bajo el mar exigían cuidar la espalda. Porque esos hombres permanecían horas arrodillados y encorvados extrayendo carbón. Así era la dura vida de los mineros de Penco.
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lunes, diciembre 24, 2012

ANUNCIOS EN MENSAJE NAVIDEÑO

El alcalde Figueroa envió un mensaje de Navidad a los habitantes de la comuna grabado en video a través de Internet. Junto con desear una feliz fiesta en familia, el edil informó de la serie de proyectos que están en desarrollo desde el día que asumió la alcaldía, el 6 de diciembre pasado.
Dijo que en su reciente viaje a Santiago consiguió que la empresa de Ferrocarriles cediera a la comuna las dos hectáreas donde se emplaza el antiguo bodegón del servicio de carga y que el predio será destinado a facilidades comunitarias y a un futuro parque frente a la playa.
La plaza pencona se convertirá en la mejor de la región.
Informó también que se está trabajando en la remodelación de la plaza pencona y que la idea es convertirla en una de las más atractivas de la región. Por otra parte dijo que Penco necesita un cementerio municipal, porque el actual es de la parroquia. Por tal motivo está en contacto con forestales para explorar el mejor sitio donde desplegar un espacio destinado a ese propósito. El proyecto de un estadio para la comuna también está en marcha y el alcalde lo hizo notar en su mensaje.
El bodegón de Ferrocarriles dará paso a un parque.
Al mismo tiempo, el alcalde se disculpó con los vecinos que se acercan al municipio pidiendo una audiencia.  Junto con pedir un poquito de paciencia dijo que muy pronto los podrá atender.
Una precisión importante hizo al final de su mensaje: la comuna es Penco que incluye a Cosmito, Cerro Verde, Lirquén y Primeragua. Todos sus habitantes pertenecen a esta comuna que se inicia en Cosmito y se prolonga hasta la población Ríos de Chile. La pertenencia a la comuna no implica una pérdida de identidad. Por el contrario cada uno de los sectores nombrados está llamado a mantener y desarrollar su propia personalidad y características en el marco de los límites de la comuna de Penco.

sábado, diciembre 22, 2012

UN DÍA DE VACACIONES EN PENCO


Crepúsculo en Penco. (Foto de Jaime Robles).
El día puede comenzar asistiendo a presenciar un entretenido partido en la cancha de Gente de Mar. La entrada es libre y uno puede elegir el sitio para instalarse. Sugiero que lo mejor es mirar el partido desde la línea porque más allá de las jugadas desde ahí se tiene una perspectiva única de la hermosa bahía de Penco. Además ahí es donde se escuchan las mejores tallas.


Cuando ya se acerca el mediodía, uno puede tomar su vehículo, subir por Villarrica y seguir hacia Primeragua. Apenas cuatro kilómetro camino arriba se llega al restaurant de Zulema, un muy buen lugar para almorzar sin apuro. Desde la galería orientada al poniente se tiene una magnífica vista hacia la isla Quiriquina. La especialidad de Zulema son las carnes preparadas al más puro estilo pencón: bien adobadas, deliciosas papas fritas y exquisito pan amasado. Una copa de buen vino tinto Merlot va muy bien.

Se puede hacer una agradable sobremesa junto a la piscina del lado norte bajo una pérgola y al cabo de haber reposado lo suficiente, uno regresa a la ciudad para concentrarse en la playa. Las cuatro de la tarde es la mejor hora para comenzar, sin alta radiación UV y con viento calmo. El mar sosegado invita a bañarse y dar un par de brazadas. Si las fuerzas dan, se puede ir nadando hasta la balsa. Allí, un par de piqueros y de regreso a la playa a tomar el buen sol y disfrutar del panorama, que siempre tiene novedades interesantes.

Cuando cae la tarde, hay que darse una ducha y después irse de paseo por la plaza de Penco. Luego de dar una vueltas y saludar a los amigos uno puede sentarse a leer un poco o revisar los mail en el Ipad. A esas alturas, la actividad de la tarde despierta el apetito. Nada mejor, entonces, que caminar rumbo a la Planchada para presenciar y fotografiar el atardecer el Penco.

De ahí, la sugerencia es ir caminando al Casino Oriente. Recomendable es hacerlo por la playa directamente. Ya en el recinto sugiero pedir un piscosur y sostener una distendida conversación con el dueño del local, mi amigo Navarrete. Siempre tiene noticias y copuchas penconas, harta historia también. Tras la conversación, lo mejor es pedir un plato de pescado (propongo atún) con ensaladas y un vino blanco frío, ojalá Chardonnay. La sobremesa puede prolongarse todo lo que uno quiera. Desde las ventanas del casino se divisa gran parte de la playa en perspectiva nocturna y al otro lado del mar, las luces de Talcahuano. ¿Qué mejor?

Terminada la jornada la mejor sugerencia es regresar caminando al hotel ahí frente a la plaza. Claro que es indispensable hacer todo este recorrido en buena compañía. ¿No creen lo mismo?


miércoles, diciembre 19, 2012

PENCO: POLÍTICA ABIERTA Y EN VIVO POR INTERNET

Si el propósito de transmitir la sesión del Concejo Municipal de Penco fue, primero, marcar diferencias, el propósito se logró. Si fue conseguir notoriedad pública, también se alcanzó porque tuvo repercusión en los medios locales. Si la idea fue demostrar transparencia, la transmisión también fue relevante para ese fin. El enlace se pudo ver desde cualquier sitio donde hubiera un computador en línea. Por tanto, fue también un primer paso para sacar a Penco de su larga siesta comunicacional. Con estas cosas, la ciudad se pone interesante. Penco se empieza a posicionar como vanguardista.
¿Pero, cuál podría ser el mayor impacto a mediano plazo de esta iniciativa? A lo mejor no es sólo la transparencia, sino que retorne el interés de la gente por la política, en particular de los jóvenes. Nunca más sesiones de un grupo de dirigentes entre cuatro paredes. Por ningún motivo, lo que allí se diga o se acuerde se tiene que ver y oír en todas partes. Imaginamos que la Municipalidad de Penco seguirá con estas transmisiones y que no fue sólo un puntapié inicial.  
Pero, hay que mejorar el trabajo realizado. Hay que disponer de otras dos cámaras de video, de manera que haya tres planos que entreguen una dimensión completa de lo que está ocurriendo en la sala. Un solo ángulo de visión, como lo que vimos gracias a una cámara fotográfica instalada en un rincón no permitió ver cuáles eran las caras de los concejales que quedaron de espaldas a la toma. Oí que durante la reunión, el alcalde Figueroa le ofreció la palabra al concejal Fierro, por ejemplo, pero al señor Fierro no lo vi nunca, por la razón indicada. Entonces, muy buena la iniciativa, pero hay que mejorar. 
Una transmisión de televisión es siempre un proyecto prolijo: Es importante que los concejales tengan claro que durante una transmisión están “al aire” (no lo deben olvidar nunca). De modo que no pueden descuidar su aspecto, su actitud y su manera de expresarse. Hay mucha gente afuera de la sala que los está observando. Si tienen aspiraciones de futuro político (me refiero a los concejales) cuídense, hablen bien, preséntense bien, expresen sus ideas con claridad. Recuerden que la televisión magnifica los errores. 
Nuevamente felicitaciones al alcalde Víctor Hugo Figueroa. Su iniciativa pionera en materia de incorporar el uso de las nuevas tecnologías en las comunicaciones le asegurará un sitial en la historia de Penco.

viernes, diciembre 14, 2012

AQUEL VERANO DE 1960 EN LA PLAYA DE PENCO

En el verano de 1960, meses antes del gran terremoto (el mayor del que la Humanidad tenga registro), la playa de Penco se inundó de música: la que provenía de los altavoces de los casinos de entonces y aquella que emitían las radios portátiles. Era una mezcolanza de ritmos y voces. La gente iba a la playa con su portátil recién comprada y ponía la música a todo full. Hacia finales de los años cincuenta ingresaron al mercado de la electrónica las radios a pilas. Antes todos los receptores radiales tenían que estar conectados a la red eléctrica. Pero, cuando irrumpieron masivamente las pilas en la oferta como fuente de energía, de atrás llegaron las radios portátiles y también las linternas pequeñas. A Dios gracias me habían regalado una de esas linternas ese verano, de manera que estaba preparado cuando vino el gran sacudón del 21 de mayo.
Pero, volvamos a las radios. Las marcas alemanas dominaban el mercado: Grundig, Telefunken. La que teníamos en casa usaba seis pilas AA, caras, que duraban apenas una hora. A alguien se ocurrió que esas baterías descargadas se podían recargar echándolas a hervir. Y funcionaba: se podía obtener una carga de yapa de unos diez minutos. Terminado ese tiempo, adiós mi radio.
Pero, la gente llevaba sus portátiles a la playa: era de buen tono, daba independencia, era cool. Quien poseía una de esas radios, parecidas a una maletita, obtenía prestancia, cierta categoría, un grado de distinción. (Las mujeres se fijaban en eso). Su equivalente de hoy sería tener un auto cero K. (Que ya no es gran cosa, pero, en fin, nuevo). 
La playa, entonces, junto con su carga de música popular era escenario de vendedores de helados, de dulces, de sándwiches y de empolvados. Aquellas radios no tenían audífonos. O sea, todos se imponían de lo que estabas escuchando. ¡Súper cool! Pero, siempre había que llevar una carga de pilas de repuesto por lo expresado anteriormente. Las radios portátiles lucían una cubierta de cuero café, como los zapatos. En la zona del parlamente les hacían perforaciones. La nuestra era color crema: Grundig. Nos lucíamos con la radio (aunque sonara por sólo algunos minutos). Había que juntar plata con los integrantes del grupo y mandar a un voluntario a comprar más pilas al Menaje Lina, la tienda de electrónica que la llevaba en Penco. Todavía no se oían los Beatles, pero sí creaciones chilenas: Marcianita y otras. Antes de presentar una canción los locutores leían largas listas de personas que pedían algún tema determinado. Así que primero había que escuchar quiénes habían mandado una carta para solicitar la canción tal o cual y luego de haberse mamado toda la lista, por fin, escuchar el tema. Hoy día, el panorama no ha cambiado mucho: no hay casinos, por tanto no hay música pública. Pero, ¿quién no anda colgado de sus audífonos?

sábado, diciembre 08, 2012

UN AMOR EN PENCO BARRIDO POR EL TIEMPO


La trama de este love story de Penco se inició en la década de 1950. Es una historia real que observé de cerca y que perseguí por más de cincuenta años para comprobar su desenlace. Investigué hasta el final… o casi hasta el final.
(Esta es una nueva versión a la publicada el 2010.)

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JURAMENTO DE AMOR

(Primera parte)

 Penco, septiembre de 1957

POR NELSON PALMA

         Ella, Yolanda, era colorina, de cabellera abundante y bien cuidada. En la tez pálida de su rostro destacaban pecas coquetas. Era una mujer bella. Para el momento en que se desarrolló esta historia, ella no tendría más de 22 años. Madre soltera de un niño pequeño. El padre del menor, Ernesto, un taxista de Concepción, la visitaba periódicamente en la pieza modestísima que arrendaba en calle Alcázar. El hombre la mantenía. Hasta que por algún motivo un día, el taxista vino a hurtadillas para llevarse a su hijo. Y se lo llevó. El vecindario se impuso del drama. Yolanda desesperada trató de recuperarlo. Se iba días enteros a hacerle la guardia al taxista o a su hijo en la puerta de la casa de su ex frente a la plaza Condell, de Concepción, pero no logró su ansiado propósito. Ella se quedó sola en Penco, hasta que un segundo hombre saltó a la palestra. Y no era raro que eso ocurriera, puesto que, como decíamos, la mujer era muy atractiva. 

         En medio de esta vorágine de inestabilidad emocional, Yolanda pareció enamorarse de un obrero de Fanaloza de nombre Pedro, que vivía en calle O'Higgins, en casa de sus padres. Un tipo simpático, joven, deportista, bien vestido, de trato afable, sin vicios. Seguramente por su apellido de ascendencia europea le decían «Coñito». Y resultó que el «Coñito» era la cara opuesta del taxista, un tipo rudo, vulgar, decidido y machista. 

          Y prendió el romance espontáneo que ligó a Yolanda con Pedro. Hacían buena pareja, aunque el vecindario sabía que ella lloraba encerrada en su pieza por la ausencia de su niño, secuestrado por el padre. Sólo sus más próximos supieron la verdadera razón de por qué aquel hombre huraño la dejó sin vuelta. Y quienes estuvieron informados mantuvieron la reserva. 

         Pero, a la luz de los nuevos hechos, el mundo comenzó a sonreír otra vez para Yolanda. Era más habitual verla alegre, con sus vivaces y enormes ojos verdes, largas pestañas encrespadas y sus labios sensuales y sabrosos. Enrique también se veía alegre. Le subieron los bonos porque en cosa de semanas pasó de solterón fome a gozar de la compañía de una mujer despampanante. El futuro se avizoraba todo color rosa para ambos. Pero, el destino tenía guardada sorpresas. 

           En medio del promisorio noviazgo se produjo un inesperado cambio de planes. La familia de Pedro anunció que se mudaría de Penco. La madre, el padre y la hermana del joven locero se pusieron de acuerdo para vender la casa. Se trasladarían sin más a Quillota, donde residían parientes. Y aquí vino el primer traspié: Pedro lo pensó y concluyó que debía seguir a sus padres y radicarse con ellos en esa ciudad de la provincia de Valparaíso. Por eso renunció a su empleo en Fanaloza. 

          La familia de Pedro embarcó todas sus cosas y se fue primero, mientras que este último se quedó dos meses más en Penco.

             Informada Yolanda del cambio y ante la inminente partida de Pedro, entró en depresión. Pero, ahí estuvo el joven locero para darle seguridades: él se instalaría en Quillota y en cosa de semanas volvería a Penco, para llevársela a su nuevo hogar en el norte. Casamiento en Quillota, a la brevedad. ¿Estaba Yolanda dispuesta a un cambio tan radical?

            Y llegó el día de la despedida, en enero de 1958. Pedro entregó la ex casa familiar a sus nuevos dueños, agarró su maleta y, en compañía de su adorada Yolanda, se dirigió a tomar el bus a Concepción para desde allí abordar el tren al norte. La pareja se bajó en el centro penquista y, en vista que disponían de tiempo, a lo menos una hora, pasaron a servirse un refrigerio en una fuente de soda de calle Barros Arana. Ya en la estación (hoy sede del gobierno regional) Pedro compró unos libros, relatos de vaqueros que vendían en un kiosko, para matar las largas horas de viaje. Y se dijeron las palabras del adiós. «Escúchame, Yolanda, amor mío. Te juro que te vengo a buscar para que nos casemos y será muy pronto», le dijo «Coñito» en medio del ruido del gentío y el rechinar de fierros de la locomotora que hacía su entrada junto a los andenes de la estación…

         Fue un momento desgarrador para los enamorados, una despedida llena de abrazos, besos y promesas. Muchas promesas. La más importante de estas últimas, que Yolanda también se mudaría a vivir a Quillota. Caminaron por el amplio andén de la estación y Enrique abordó el tren expreso a Santiago. De allí tomaría la combinación a Quillota en la estación Mapocho.

          Poco después que el tren saliera de la estación rodeado de humo negro y fumarolas de vapor, Yolanda volvió a Penco triste pero esperanzada refugiándose en el juramento del «Coñito» que volvería por ella en menos de dos semanas. El vecindario estaba feliz por la nueva vida que aguardaba a esa mujer guapa del barrio aunque fuera tan lejos de Penco y tan lejos de su hijo. ¿Adónde queda ese Limache?, preguntaban algunos vecinos.

       Desde aquel día la mujer esperó y esperó. La gente le preguntaba que cuándo se iría ella también, que por qué no viajaba sola. Y ella respondía que no conocía esa ciudad, que no sabía ni dónde quedaba ni menos cómo llegar, y decía que era mejor esperar, que ya recibiría alguna carta de Limache. Pero, su intuición también le susurraba al oído y ella lloraba. Y lloró por muchos meses más.

          ¿Otro universal e incumplido juramento de amor? Pedro, el «Coñito» la dejó plantada, nunca volvió por ella y jamás le escribió una sola carta. Al menos eso era lo que se sabía entre el vecindario. Desengañada Yolanda y enfrentada a la realidad se fue de Penco a vivir a Concepción para iniciar una batalla judicial y lograr la tuición de su hijo o para reencontrarse con el rudo taxista, a quien probablemente no olvidó pese a las promesas del «Coñito». 
         Desde que ella de mudó a Concepción, el vecindario de Penco nunca más supo de ella, del mismo modo nadie supo nada más de Pedro. El amor de ambos fue breve y bello pero el tiempo lo barrió para siempre por la inconsistencia de las palabras y la inconsecuencia de una de las partes. Hoy tampoco ya nada es igual en Penco, lugar donde transcurrió aquella frágil historia de amor.


UNA MUJER MISTERIOSA

(Segunda parte)

Limache, avenida Urmeneta.
Limache, 24 de agosto de 2010


  ¿Pero, qué pasó verdaderamente? ¿Por qué el «Coñito» no volvió a buscar a Yolanda? ¿O acaso regresó silenciosamente para llevársela y nadie lo supo? Sólo un ser humano en este mundo tiene la respuesta, pensé intrigado, y esa persona es el «Coñito». Me propuse preguntárselo si alguna vez me lo topaba en la vida. Era claro que si todavía existía sobre la faz de la tierra, tendría que estar en Quillota.  

          Ese día de agosto de 2010 tuve que viajar a Quillota por motivos de trabajo. Terminada mi tarea y siendo aún temprano ingresé en las páginas blancas de la guía telefónica para buscar su nombre, ahí estaba. Map city me ayudó a localizar el punto. Su domicilio estaba a seis cuadras del lugar en que yo me encontraba. (Sólo a mí se me pudo ocurrir investigar algo tan etéreo, olvidado, tal vez intrascendente, y borrado por los años. ¿Alguien más que yo se acordaría de este cuento en Penco? Lo dudo). Se cumplían 52 años de la última vez que lo había visto, cuando  él fue casa por casa a despedirse de las familias amigas del barrio. ¿Si me viera él se acordaría de mí? y ¿sería yo capaz de reconocer su rostro después de tantos años? 

        Estacioné frente a la reja con el número que tenía anotado. Toqué el timbre. Salió una mujer de sonrisa agradable, me saludó y me preguntó «¿a quién busca?» Y le respondí con otra pregunta ¿Vive aquí don Pedro (me reservo el apellido)? La mujer me dijo que sí pero siguió con sus preguntas: «¿él lo ubica a usted?» Pero, claro, le dije, somos amigos de muchos años. «Si es así ‒agregó ella‒, pase usted, adelante». Crucé la puerta e ingresé al living de la casa. ¿Usted es la hermana de don Pedro?, le pregunté para ubicarme. Asintió con la cabeza y de seguro le extrañó la pregunta por cómo podía yo saber eso para relacionarla con la persona que buscaba, pero lo pasó por alto. Me invitó a tomar asiento y volvió a sus labores de costura, porque cuando llegué la vi desde afuera que estaba cosiendo en una habitación lateral. Sentado en un sillón esperé nervioso. Uno o dos minutos. Sentí unos pasos que se acercaban por el pasillo. Mi corazón latió rápido. 

              Frente a mí tuve la figura de un hombre mayor, delgado, de pelo fino, sin canas, con peinado bien cuidado. Llevaba una bufanda. Sus ojos brillaban detrás de sus lentes ópticos en tono verde botella. Tendió la mano para saludarme, frunció las cejas y me preguntó con suavidad: «¿Dónde lo he visto a usted señor?» 

           ‒Don Pedro ‒le dije emocionado‒ nos hemos vistos varias veces, en Penco. 

               ‒¿En Penco? Ah, sí, yo viví por muchos años en Penco.

           ‒Yo era un niño entonces y usted trabajaba en Fanaloza. Considero que éramos amigos porque usted era muy amigo de los niños del barrio. 

             ‒¡Qué agradable sorpresa! ¿Y a qué se debe su visita señor, amigo? ‒, me preguntó. 

           Nada particular don Pedro, sólo saludar a un amigo de tantos años, se lo dije  mirándolo a los ojos para ver si sintonizaba. Pedro no me despegaba la vista. Su mirada penetrante, inquisidora, denotaba una delicada picardía que se fue transformando en ternura. Sus ojos de hombre viejo, sin embargo, guardaban un destello vital, dulce, de un abuelo simpático que escarbaban en retrospectiva y que quizás reconstruían las imágenes del adiós que le transmitió a Yolanda en la estación ferroviaria de Concepción, aquel lejano día del verano de 1958. Él guardó silencio por largos segundos. Para traerlo al presente le dije: 

      ‒Don Pedro, los niños a usted le decíamos «Coñito», ¿verdad? 

           Su cara se iluminó, porque por primera vez en medio siglo oía de nuevo el apodo. 

     ‒Tiene usted razón, me decían «Coñito»‒. Y rió inmerso seguramente en más recuerdos. 

          Fue justo en ese momento cuando me dijo: 

          ‒Le voy a presentar a mi señora... 

        (¡No!, pensé al borde de una súbita angustia, ¿finalmente se casó con Yolanda y se la trajo a Limache sin que nadie supiera? Voy a ver de nuevo a la bella colorina de entonces. Sabré qué pasó con su hijo secuestrado por el padre-taxista-violento, me dije con el corazón lleno de una rara expectativa). Una mujer se presentó silenciosamente en el living donde yo me encontraba con el «Coñito». 

        Alta, fina más joven que Pedro. Su pelo era rubio entreverado con canas, nariz respingada, sonrisa explícita. 
        (¿Ella es Yolanda? me pregunté en silencio ocultando mi emoción. No estaba seguro. Si era ella, ¡cómo cambió con los años pero me pareció que mantenía el parecido! La miré tratando de unir el pasado con el presente, para establecer las semejanzas o las diferencias. Sí, me dije, el tiempo no pasó en vano y aposté en mi pensamiento: ¡tiene que ser Yolanda y frente a mí aún no me reconoce!) 

    ‒Ella es mi señora‒, me dijo orgulloso el "Coñito" sin nombrarla. 

          Nos saludamos. 

        (Y yo, nervioso, le preguntaba con el pensamiento: ¿Usted es Yolanda, verdad? ¡Diga que sí por favor para cerrar esta historia! Usted es la misma, continué pensando ansioso durante infinitos segundos.) 

        Y Pedro rompió el silencio que siguió a nuestra presentación dirigiéndose a ella: 

       ‒Él es un amigo de Penco que ha pasado a visitarme‒. 

      (Mientras, yo trataba de descubrir a Yolanda en aquella mujer. Dígame que es usted, pensé casi en voz alta). 

    ‒No lo puedo creer, ¿usted es de Penco?‒ me preguntó ella sorprendida como si yo hubiera sido alguien conocido. Me clavó la vista y levantó sus cejas con una misteriosa sonrisa de incredulidad. Quería oír mi respuesta. Pero, su pregunta acentuaba mi incertidumbre. ¿Cómo comportarme? ¿como un conocido o como alguien desconocido que llegó sorpresivamente a su casa para nada? 

       En esa situación me sentía muy incómodo y me había quedado mudo. Sólo atiné a asentir con la cabeza mientras ganaba tiempo para auscultar su rostro en un esfuerzo por descubrir aquellas pecas de entonces, indagando su identidad en lo profundo de sus ojos claros. 

        Ella le habló al marido con femenina displicencia, dirigiendo la vista hacia ninguna parte, como haciendo memoria: 

        ‒El cambio de Penco a Quillota fue en 1958, no lo tengo muy claro…

       Pedro asintió con seguridad, se giró hacia mí y me miró leyendo mi mente. Lo que me dijo zanjó esa sospecha enorme que atenazaba mis pensamientos y que era el motivo de mi visita. Su respuesta me dejó un nudo en el pecho: 

    ‒Lo que pasa es que ella se confunde con esa fecha de la mudanza de Penco, porque es nacida y criada aquí en Quillota.  

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      Regresé a Santiago manejando solitario en la paz de la noche por la cuesta de La Dormida, con la verdad despejada a medias. Pensaba, para abrochar esta historia tendría que ubicar a Yolanda. ¿Podría encontrarla algún día, si ni siquiera sé su apellido? Aunque en Penco nadie se acuerde de ella como para conseguir alguna pista, veremos si la encuentro y ustedes serán testigos del resultado…  
                                                                                                   (CONTINUARÁ)
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Los nombres de los protagonistas de esta historia han sido modificados.

DESEAN SUERTE AL NUEVO ALCALDE DE PENCO

Estimado Nelson:
Quiero sumarme con mi aplauso virtual a la alegría esperanzada de los pencones de contar como nuevo Alcalde a don Víctor Hugo Figueroa , persona que por la información de tu blog, dará un vuelco positivo a la administración de la ciudad de Penco.
Su programa de trabajo junto sus concejales ,expresada tanto en entrevista previa como al asumir su nuevo puesto, promete un cambio indispensable para mejorar el estado actual de todos los sectores de la comuna .
Me parece que la consulta a la ciudadanía local y la colaboración de ésta en la ejecución del nuevo trabajo a afrontar, empezarán a recuperar los valores históricos, culturales, sociales y laborales que los chilenos de esta zona se merecen.



Saludos amigos: Fernando Pulgar Ávalos
Don Fernando Pulgar en conversación con el destinatario de la carta publicada más arriba.

jueves, diciembre 06, 2012

ACTOS LLENOS DE SIMBOLISMO HUBO TRAS EL SOLEMNE JURAMENTO DE VÍCTOR HUGO FIGUEROA COMO NUEVO ALCALDE DE PENCO


Víctor Hugo Figueroa jura como alcalde de Penco.
 
 
-¡Sí, juro!--, dijo con voz fuerte y clara Víctor Hugo Figueroa cuando la secretaria municipal Irma Saavedra, en calidad de ministro de fe, le tomó juramento como nuevo alcalde de la comuna en el acto oficial realizado hoy en la escuela Isla de Pascua. De inmediato y espontáneamente estalló un aplauso impresionante de parte de las decenas de personas que se congregaron en el gimnasio del establecimiento para testimoniar el cambio. Los aplausos que se prolongaron por varios minutos eran la respuesta de la emoción ciudadana por el hecho de contar, a partir de hoy, con un alcalde joven, accesible, conectado, de perfil moderno, con sentido del compromiso y capaz de mirar el bien común por encima de las banderas partidarias. Los vecinos reunidos allí, vestidos formalmente como muestra de respeto por ese momento, estaban exultantes, alegres y llenos de optimismo en el futuro de Penco, Lirquén y Cerro Verde. 

El acto contó también con la presencia del senador DC Hossaín Sabag, de la diputada PS Clemira Pacheco y de representantes de organismos públicos. También estuvieron, por cierto, los integrantes del nuevo Concejo Municipal: Justo Insunza, PRSD; Rodrigo Vera, UDI; Eric Forcael, independiente PRSD; Verónica Roa, DC; Héctor Peñailillo, independiente UDI; y Reinaldo Flores, RN. 


Con aplausos recibieron los ciudadanos al nuevo alcalde.
Terminada esta ceremonia formal, primera parte de los tres actos que incluyó el cambio de mando, los presentes caminaron desde la Escuela Isla de Pascua hasta La Planchada, sitio elegido por el flamante alcalde para pronunciar su discurso de asunción del cargo. 
 
Sin duda, esta fue la primera vez que el fuerte se convirtió en escenario de un hecho político tan relevante para la ciudadanía local, en los 325 años de su existencia. Como parte del evento se izó allí una bandera chilena de grandes dimensiones. Hubo vecinos que interpretaron la elección del lugar para este acto como una señal clara de la nueva autoridad comunal por devolver la dignidad al fuerte que resguardó la seguridad de Penco, disuadiendo con sus temidos cañones a bucaneros y piratas, en tiempos de la Colonia. La reliquia debe ser hoy y en el futuro orgullo de todos los pencones. 
Izamiento de la gran bandera chilena en el fuerte.

Este acto público de La Planchada fue una referencia al cambio de slogan de la comuna, el que desde ahora es “Ciudad Histórica”. En ese sitio también pronunció unas breves palabras el presidente de la Sociedad de Historia de Penco (SHP), Jaime Robles Rivera.

Y a propósito de historia, el nuevo alcalde es un profundo conocedor del pasado pencón como que ha publicado dos volúmenes sobre el tema: Crónicas de Penco y el Libro de Oro, este último lanzado hace un par de meses. Ambas publicaciones gozan de gran popularidad entre los pencones y lirqueninos que viven en la comuna como entre aquellos que están lejos. Luego del acto de La Planchada, con todas sus significaciones, y que reunió a una gran cantidad de vecinos, el alcalde Figueroa encabezó una columna que se dirigió hacia la esquina de calle Penco y Freire, donde inauguró una placa que recuerda que en ese sitio se levantó la casa de los gobernadores de la capital del sur.

Inédito discurso inaugural en La Planchada
Entre las personas que estuvieron presentes había representantes de la etnia mapuche, hecho que simbolizó también la estrecha unidad que la nueva autoridad desea mantener con los pueblos originarios afincados en Penco y sus alrededores.

Figueroa inaugura placa histórica.
Como parte de estos actos, el alcalde Figueroa recibió la adhesión de todo el Concejo Municipal y él respondió poniendo énfasis en su interés por llevar adelante las ciento cincuenta medidas de su programa. Subrayó además su firme propósito de integrar a todos los sectores sociales y geográficos que forman la comuna destacando claramente su idea de fundir bajo un solo concepto la estrecha unidad y colaboración que deben proporcionarse Penco y Lirquén para avanzar y recuperar el tiempo perdido. Este día 6 de diciembre de 2012 podría ser un hito, aquel que marque el inicio de la historia de Penco moderno, aunque quizá hoy mismo no lo dimensionemos.


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Nota editorial: las fotografías fueron proporcionada por Jaime Robles, presidente de la SHP.
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miércoles, diciembre 05, 2012

ÍDOLOS DE TALLA MUNDIAL ACTUARON UN DÍA EN EL GIMNASIO FANALOZA

El mítico gimnasio locero, escenario de tanta historia pencona.
Por Max Wenger, desde Villarrica.
 


Eran tiempos de fines de la década de los 40, en que la población de Penco contaba centralmente con tres atractivos: su magnífica playa, como balneario exquisito en verano; las películas que exhibía el teatro de la Refinería y el gimnasio de la Fanaloza o quizás del Sindicato de ese núcleo fabril. 

No tengo un recuerdo nítido de ese local con muchas actividades deportivas que seguramente las había, sino más bien como lugar en que se presentaban artistas de moda, como el caso del renombrado Alberto Castillo, ya muy bien abordado en este blog anteriormente.

"Aquellos Ojos Verdes", Los Indios Tabajaras.
Otros artistas importantes de esos tiempos, fueron Los Indios Tabajaras, de Brasil, vestidos a la usanza de su etnia con multicolores atuendos, incluídas plumas de exóticas aves amazónicas, según decía el comentario.  

Los Ruiseñores de España, fue otro famoso grupo que se presentó en el local de la Fanaloza en esos años. Escuché decir que también Pedro Vargas, el "Rey del Bolero", habría actuado allí mismo, en Penco. 

Versión de Los Churumbeles de
España de "Doce Cascabeles".
Eran los tiempos de la post-guerra civil española ganada por las huestes de Franco y costaba explicarse la exacta razón del porqué de la buena acogida de la música y de artistas hispanos en un Chile gobernado por los radicales liderados por Gabriel González.

La cuestión es que las coplas, marchas y sones taurinos, eran cosa casi habitual en las emisoras que se captaban en Penco, ritmos que se enraizaron en el gusto popular. 



De modo que también "Los Ruiseñores de España" eran muy conocidos con sus tonadillas "Doce Cascabeles", "Islas Canarias" y varias otras. El grupo actuó con gran éxito en Penco. Lo integraban unos cinco músicos y cantantes, que se presentaban en el escenario vestidos a la usanza asturiana o de alguna otra región peninsular, con boinas, chaleco sin mangas tipo bolero sobre una camisa blanca, medias de lana sobre una especie de zapatillas livianas, con mucha gracia y habilidad para la música de su repertorio que el público aplaudía y coreaba a menudo.

En el caso de "Los Indios Tabajaras", provenientes de Brasil, su repertorio incluía algunos boleros de éxito y varias piezas en que sus dos integrantes demostraban su virtuosismo en la guitarra y el arpa, incluyendo páginas de origen guaraní como "El Pájaro Chogüí" , y "Pájaro Campana", además de algún tema clásico como un vals del mismísimo Chopin, en arreglo para sus instrumentos, naturalmente. 

Bueno, en el comienzo decía que pocas veces me tocó ver en el gimnasio locero alguna actividad deportiva, pero claro está, es imposible dejar de mencionar la exhibición que brindara el ídolo nacional, el crédito boxeril nacional, el gran Arturo Godoy, campeón chileno y sudamericano de todos los pesos, desafiante del título máximo del mundo en dos oportunidades en manos del invencible morocho estadounidense Joe Louis en su propia tierra. 

Godoy, el chileno, frente a Louis. 1940, N.Y.
Arturo Godoy, oriundo de Iquique, como no, la "Tierra de Campeones", elevó su enorme figura a planos superiores de las hazañas del deporte nacional. Es posible que sólo el mosca Martín Vargas lo haya podido superar, con sus disputas casi incontables de cetros mundiales, sin que tampoco llegara a conocer el éxito. 

Arturo Godoy vs Joe Louis en Madison Square
Garden, Nueva York.
El campeón chileno de peso pesado, llegó a Penco en el ocaso de su carrera, cuando tenía unos 35 ó 36 años, cuando sus hazañas frente al inexpugnable Joe Louis, de principios de la década, exactamente en 1940, habían pasado a engrosar la leyenda, el mito en toda la población del país.

El chileno luchó contra el llamado "Bombardero de Detroit" en dos oportunidades de manera oficial, por el título, y después, en Santiago en una exhibición con "guante blanco" para la galería, para los aplausos y ...sobre todo...para la taquilla. 

Parecida sino idéntica fue su actuación en Penco en los 46-47. El ídolo chileno se presentó ante el campeón peso máximo del país de ese tiempo, Víctor Bignon.

Como sería el carácter no competitivo del "choque" que, si mal no recuerdo, ambos se pusieron los guantes en el escenario del recinto, no en un ring propiamente tal, aunque eso sí, luciendo riguroso atuendo pugilístico.

La cuestión es que Godoy y su "sparring" Bignon, hicieron unos tres rounds, recibieron el aplauso y, más que eso, la ovación de un público que por momentos parecía extasiado rugiendo de júbilo y admiración.

Guardo la imagen de los dos colosos, sobre todo de mi favorito como el de miles, Arturo Godoy, de quien sabía por los diarios de sus proezas ante Joe Louis, como si tratara de dos enormes osos blancos. Parecía que si de repente, olvidando el libreto pienso hoy, se hubiesen tocado con poca pulcritud, sencillamente el gimnasio se habría venido abajo.

Tal era la corpulencia, la estatura, el peso de los contendores. Eran dos gigantes, era nuestro gran Arturo Godoy, allí, a sólo pocos metros de nuestra ubicación. No se podía creer, parecía como si fuera un sueño.

No en vano, Godoy en su primer desafío ante Louis había perdido sólo por puntos, en decisión dividida por dos a uno de los jueces. No había boxeador capaz de aguantar las 15 vueltas parado sobre sus zapatillas en el ring cuando enfrentaban al "Bombardero", poseedor de un verdadero martillo en sus puños, que le permitían ganar rápido por nocáut, sin extremar mucho sus recursos boxísticos. Arturo pesaba unos 90 kilos, con cerca un metro 90 de estatura, pero se veía algo disminuído ante el gigante de ébano que era Louis.

Nuestro compatriota no sólo resistió los 15 rounds en ese primer desafío sino que estuvo en "un tris" de igualar la lucha.

Para ello, le fue clave al iquiqueño mantener contra viento y marea la táctica de boxear muy agachado, lo que desconcertó y molestó a Louis, de mayor estatura, a quien le fue imposible "calzar" al chileno quien se las arregló incluso para meter varios ganchos y jabs al moreno de Estados Unidos. 

En el combate de revancha, también en tierras de norteamérica, Arturo Godoy salió con su proverbial valentía pensando quizás que ahora a lo mejor le acertaba un golpe a Louis y lo mandaba al camarín en calidad de bulto.

Por eso fue, dicen las crónicas, que el chileno se envalentonó demasiado y desoyó los gritos de su rincón, de sus entrenadores, que se oían en todo el enorme recinto. "Agáchate, Godoy...agáchate, Godoy...agáchate, te digo...", que rondó durante todo lo que duró el pleito. 

El iquiqueño no escuchaba, o si lo hacía, su valentía y su coraje proverbiales no le permitieron dejar pasar la oportunidad de noquear al campeón del mundo. No obedeció a su rincón, se irguió en varios pasajes y entonces fue cuando las ilusiones, las esperanzas de todo un país se vinieron al suelo junto con el propio crédito nacional: Arturo Godoy recibió en una de esas un mortífero gancho de derecha de Louis justo en la barbilla y se fue a besar la lona, como decían los cronistas del boxeo. 

Muchos años después, me tocó divisar a Arturo Godoy en el Paseo Ahumada capitalino. Imponente, de traje de verano blanco, como era su costumbre, pañuelo de color en la chaqueta y una figura que haría sonrojar a algunos musculosos de la farándula de hoy. Recuerdo que los transeúntes se detenían a mirarlo, algunos a saludarlo y otros sencillamente a aplaudirlo. 

Los pencones pueden decir entonces que el gran campeón Arturo Godoy, estuvo en Penco y quienes tuvieron la suerte de verlo en acción seguramente sintieron la emoción de tener muy cerca de sus ojos a una verdadera y legítima leyenda deportiva del país, cuando su gloria aún no se opacaba por el paso del tiempo y la distancia. 

VÍSPERA DE LA LLEGADA DE UN NUEVO ALCALDE: PENCO Y LIRQUÉN DARÁN UN GIRO HACIA LA MODERNIDAD.

Foto tomada del Diario Pencopolitano.
En la víspera de tomar el cargo y luego de una tormentosa última sesión con concejo municipal presidida por el alcalde saliente, el nuevo edil de Penco –Víctor Hugo Figueroa Rebolledo-- prefiere mirar al futuro y a la energía que habrá que ponerle a los proyectos de aguardan.
“Tengo una sensación de responsabilidad y de preocupación por trabajar intensamente por el bienestar de Penco, Lirquén, Cerro Verde y su gente”, nos dijo el flamante alcalde en una comunicación telefónica. Y casi sin pedirle una visión sobre los proyectos que se avecinan, Víctor Hugo comienza y se explaya con el sentido de la autoridad que le da su profundo conocimiento de la historia pencona: “Lo dijo don Pedro de Valdivia: ‘Penco es la mejor bahía de todas las Indias’. Tenemos que devolverle a Penco su esplendor. Nunca más una ciudad apagada como lo estuvo hasta ahora.”

Entre las medidas que él ve con urgencia: disponer de un corralón municipal para despejar la plaza y comenzar a trabajar en ella para hermosearla; un canil municipal para cuidar y controlar a los perros sin dueño que pululan por las calles y que son una amenaza para la seguridad de las personas y la salud; avanzar con la construcción de un nuevo estadio, recuperar la playa, la mejor de la Octava Región; recanalizar el estero Penco y no darle la espalda como hasta hoy; dotar a Lirquén de una buena peatonal que facilite el acceso a su conocido Barrio Chino. Crear en ese sector de la comuna nuevas áreas verdes en virtud del buen número de sitios baldíos.
Pero, junto con esta serie de proyectos que son sólo una parte de su plan, Víctor Hugo Figueroa quiere dejar el pasado atrás y dar un gran salto adelante. Penco ya no será más una ciudad industrial como lo fue en los siglos XIX y XX. El Penco del siglo XXI será una ciudad turística y de servicios que atraiga y encante a quienes la visitan, pero que al mismo tiempo dé trabajo a muchas personas tanto en Penco, Lirquén y Cerro Verde.
A sólo horas de que asuma el poder, desde este blog deseamos todo el éxito a la nueva autoridad pencona que será también el éxito de Penco, Lirquén, Cerro Verde y su gente.

EN LA CANCHA DE GENTE DE MAR JUGABAN LOS VALIENTES

El equipo infantil de Atlético en la cancha de G. de Mar. Don José Riquelme a la derecha de la foto con su perro Rushdie. Al centro, el caballo de "Cayo", vehículo que transportaba a jugadores rezagados hasta el campo de juego.
 
La cancha de Gente de Mar en la actualidad.

Esa mañana de sábado del mes de julio de 1958, alrededor de las 9, oí los cascos de un caballo acercarse a la puerta de mi casa. El jinete golpeó con los nudillos de su mano la venta. Me asomé y vi un caballo negro montado en pelo por mi amigo, Julio César Arriagada. Quien con amplia sonrisa me dijo: “el partido comienza en veinte minutos. Apúrate, toma los chuteadores y ven. Te espero.” Era cierto, la noche anterior fui a ver la programación que se desplegaba todos los viernes en la ventana de la Federación de fútbol de Penco. Mi nombre estaba en la lista. El partido era el sábado a las 10:00 horas en la cancha de Gente de Mar. Atlético, mi equipo, enfrentaba en ese recinto a Fanaloza, en segunda y primera infantil y juveniles. Me vestí rápido, sin siquiera ir al baño para una ducha, ni para el cepillo dental ni menos para un desayuno: la responsabilidad de defender al Atlético estaba primero. César me esperaba en la calle arriba del caballo, yo, con los botines en la mano y nada más salvo lo puesto. Mi amigo estiró su mano y me dio un impulso. En un segundo los dos estábamos a caballo. Al trote del rocín nos dirigimos a la playa. Allí estaban todos los muchachos y el público que comenzaba a poblar el borde de la línea, mientras otros miraban desde la arena esperando también los botes de los pescadores que regresaban de una noche capturando merluzas en la bahía. Don José Riquelme, nuestro mandamás en el club, intuía que sus dirigidos podrían atrasarse por eso enviaba emisarios a buscarlos a sus domicilios. En mi caso, esa misión la cumplió César Arriagada en el caballo de un amigo del club de nombre Cayo.
Con el frío de espanto de esa mañana de julio, el cielo despejado y un sol invernal, los jugadores nos desvestimos y nos pusimos los equipos ahí en la arena, detrás de unos botes varados. (No había camarines). Nuestra ropa la envolvimos como unos ovillos y la escondimos (como lo hacían los demás) en los castillos de proa de las embarcaciones recostadas en la arena. El equipamiento lo proporcionaba en club Atlético. Don José y sus ayudantes distribuían las camisetas azules de algodón con una banda blanca en el pecho y los pantalones blancos. Las medias de lana y los chuteadores eran una cuestión personal, los aportaban los jugadores. Cuando sonó el primer silbato del árbitro enviado por la federación, los equipos ingresamos desde la playa a la cancha. Al caminar hacia el centro del campo, los jugadores nos afirmábamos los pantalones ajustando el cordón y haciéndole una rosa, otros se subían las medidas. Ése era el momento en que los clavos de los estoperoles atravesaban la suela de los zapatos de fútbol y punzaban  la planta del pie. Había justo unos minutos para buscar una piedra y golpear las molestosas puntas de las tachuelas para evitar la incomodidad.
Allí frente a frente, estábamos los jugadores de las series de segunda infantil de Atlético contra Fanaloza. Los loceros exhibían sus albas camisetas de tafetán cruzadas por una banda celeste en el pecho. Por órdenes estrictas del técnico (Don José) nosotros nos distribuimos en el campo para presentar la mejor ofensiva o para estructurar la defensa más firme. Al silbato del juez se inició el partido. La pelota rodaba con dificultad sobre el terreno arenoso de la cancha de Gente de Mar. A veces se encumbraba y había que saltar para cabecear y darle sentido al movimiento del esférico. Entre tantas carreras de ida y venida podíamos ver, de cuando en vez, que más público se reunía en la línea del tren. Más público, más gritos, más tallas, más garabatos. “Corre cocido”, “corre fatiga”. Los que gritaban no tenían idea de la mella que en los pies hacían las malditas tachuelas mal remachadas de los chuteadores. De pronto un gol, después otro, después un tiro desviado que pasó cerquita del arco y la pelota fue a dar a un zanjón de agua servida que descargaba en el mar. Había que tener valor para bajar a sacar la pelota mojada. Cada vez que ocurría eso, había que hacerlo. De tantos viajes al agua pestilente, la pelota se ponía pesada y al tocar el suelo se le adhería la arena. Un pelotazo en la cara en esas circunstancias era como recibir una bofetada y quedar con ronchas por el resto del día.
Como había jugadores en la banca que esperaban su turno, Don José, efectuaba cambios. Mientras alguien sacaba la pelota del zanjón por enésima vez, me reemplazaron. Salí  caminando, cruzando el borde de cal en la arena. Don José me felicitó y me pidió el equipo. Ahí mismo entregué la camiseta y los pantalones. Pero, quien me sustituía no tenía chuteadores: le pasé las medias de lana y mis chuteadores. Al poco rato lo vi sacándose los zapatos y golpeando su interior con una piedra. Varios minutos después de producido el cambio Don José estimó cambiar nuevamente y decidió otra modificación en el equipo. Llamó al muchacho que me había reemplazado, me miró y me dijo: “tú vuelves a la cancha”. (Entonces se podía regresar al campo de juego.) Cuando el jugador sustituto cruzó la línea de cal, me entregó de nuevo el equipo. A todo esto, yo estaba sólo  con mis calzoncillos, pero envuelto en una frazada del club sentado en el borde de la cancha sobre uno de los botes varados que servían de camarín, por cierto, mirando el partido. La camiseta devuelta estaba mojada en sudor. El fría de la mañana de julio enfrió de inmediato la camiseta y ponérsela en esas condiciones era un desafío. La carne de gallina. Los pantalones blancos, mojados también y llenos de arena, las medias en las mismas condiciones y los zapatos, rogando porque las tachuelas se hubieran apaciguado.
 Gol. Gritos, abrazos, comentarios. Más tallas: “malo”, “adónde aprendiste a jugar a la pelota” y “adónde se te olvidó”, “afírmate en lo que comiste”. Después del gol, todos los jugadores al centro del terreno, el pitazo sonó de nuevo. Se reinició el partido. El  fragor de las carreras, los encontrones, las zancadillas y el trote cansino sobre el terreno arenoso terminaron por recalentar la camiseta mojada. El partido se hacía interminable si se tenía en cuenta el martirio de los clavos punzando las plantas de mis pies.

El pitazo salvador daba por finalizado el encuentro de la serie de segunda infantil entre Fanaloza y Atlético. Los jugadores al borde de la cancha debíamos entregar nuestros implementos: camisetas y pantalones a quienes jugaban de inmediato el partido de la primera infantil. Los jugadores se ponían felices las camisetas húmedas y los pantalones. Había que prestar las medias y los chuteadores porque no todos tenían. Pero, en fin no había problemas, a aseguir divirtiéndose con el fútbol. La instrucción del técnico era vestirse con la ropa de calle inmediatamente y evitar el enfriamiento. No faltaban los valientes que en calzoncillos cruzaban la playa corriendo y se daban el chapuzón en el mar. Los que teníamos reparos no podíamos ser menos: al agua pato. Dos brazadas en el mar gélido y lleno de algas  y de vuelta a la arena. Un buen trote final por la orilla permitía recobrar el calor corporal y que el cuerpo se secara con el viento porque nadie había llevado toalla. Arriba de los botes había que reconocer el ovillo de ropa propia, desenvolver y vestirse. Como los calzoncillos estaban mojados debido al piquero, nos poníamos nuestros pantalones a lo gringo. De vuelta al borde de la cancha a ver el segundo partido de la mañana y a esperar de regreso las medias y los chuteadores. En medio de los gritos de gol y los abrazos… Ah, y no había tomado desayuno.